18 mar 2010

Capítulo 4

Ya era casi la hora. El emperador Dollet debía estar a punto de llegar.
Sadler se encontraba solo, esperando sentado frente a la gran mesa de la sala de juntas donde el emperador, junto a sus lugartenientes y consejeros, dialogaba con el Comité Parlamentario para tomar decisiones en todos los temas concernientes a Riversia; el destino de todo el país se decidía entre esas cuatro paredes... al menos en teoría.
Revisó una vez más los datos y notas que llevaba consigo; aunque hacía ya varios días que había llegado a Khallum, no había conseguido una audiencia con Dollet, pues éste había viajado a Mandilor, el mayor astillero militar y comercial de Riversia. Seguramente ya se estaba preparando para llevar a cabo un ataque sorpresa, pero los datos recopilados por Sadler eran demoledores: ninguno de los lugares geográficamente idóneos para llevar a cabo dicha ofensiva resultaba adecuado dada la escasez de materias primas, y enviar una flota directamente desde Mandilor no era una opción, pues ya se había intentado años atrás, antes de la firma de la tregua, con desastrosos resultados.
Además de todo eso, había algo a lo que Sadler no había parado de darle vueltas: el joven que escuchó su conversación con su confidente y que logró escapar de él ¿Quién era?¿Acaso uno de los espias de la red de inteligencia de Valtania? No... un espía nunca confesaba saber nada; aquel joven no sólo lo confesó, sino que lo hizo de forma despectiva. Y estaba claro que no sabía quién era él, ya que su ataque mágico lo cogió totalmente por sorpresa. Por todo ello, Sadler estaba bastante seguro de que aquel hombre no era un espía, pero aún así... ¿Qué había escuchado exactamente? ¿Suponía un peligro que alguien conociera esa información? Empezó a cavilar y a hacer memoria por enésima vez sobre la conversación que aquella noche mantuvo con su informadora y, aunque no recordaba las palabras exactas, sabía que había mencionado la posible intención de Riversia de atacar a Valtania por sorpresa; si esa información llegaba a oídos de los líderes del país vecino, con toda probabilidad romperían la tregua y Riversia perdería la ventaja del factor sorpresa. Sadler comenzó a ponerse nervioso. Le sudaban las manos, y su Engarce comenzó a humedecerse y a pegarse a su piel, produciéndole una sensación muy incómoda. Trató de tranquilizarse, convenciéndose a sí mismo de que la amplia red de inteligencia que Riversia tenía desplegada en el archipiélago Terbassi encontraría a ese joven antes de que pudiera hablar.
Sadler tuvo que desatender sus pensamientos, pues en ese momento entró por la puerta el emperador junto a sus consejeros. Justo detrás de ellos entraron los miembros del Comité Parlamentario. Todos ocuparon sus asientos, dispuestos a dar comienzo a la reunión:
- Bienvenido, Sadler - dijo el emperador Dollet -. Me alegra verte de nuevo por aquí.
- El placer es mío, señor - contestó Sadler -. ¿Cómo ha ido su visita a Mandilor?
- Nada mal. Disponemos de suficientes barcos y soldados listos para la batalla. Un simple aviso, y en cuestión de un par de horas estarán viajando hacia las islas Terbassi.
- Señor, en cuanto a eso... Tengo aquí los resultados de mis investigaciones.
- Estupendo. Dime, ¿cuál es tu conclusión?
Sadler no contestó; se limitó a mirar al emperador con la mayor seriedad en su mirada. Tras varios segundos, Dollet dijo:
- ... Es inviable establecernos allí, ¿verdad?
- Así es, señor - explicó Sadler -. Verá, ninguna de esas islas tiene los recursos suficientes para que nuestra armada pueda abastecerse.
- ¿Y no pueden abastecerse en Mandilor? - interrumpió Caldarc, uno de los consejeros del rey, con una voz tan desagradable como su cara.
- Esos barcos tienen que transportar en su interior a decenas de hombres y toneladas de armas y municiones - le contestó el general Nox, uno de los lugartenientes de Dollet -; no tienen demasiado espacio para víveres, y éstos se agotarían antes de que llegasen a las tierras de Valtania.
- Eso no es lo peor - dijo Sadler -; las reservas minerales del archipiélago son también extremadamente pobres. Y dado que no sabemos cuánto puede acabar durando el conflicto, no es seguro arriesgarnos a que nuestros soldados se queden sin abastecimiento de armas y munición en esa zona.
- En resumen - intervino Dollet -: no podemos enviarlos directamente desde Mandilor, ni tampoco establecer una base de operaciones en las islas Terbassi.
- ¿Y si sencillamente invadiésemos ese archipiélago y nos apropiáramos de todo lo que tienen? - replicó Caldarc.
- Típico de tí, Caldarc - le recriminó Nox -. Tu solución siempre es hacer las cosas por medio de la fuerza bruta. ¿Acaso no has estado escuchando lo que hemos estado diciendo aquí? ¿O es que tu mente se nubla con la edad?
- ¡No te consiento que me hables así! ¿Quién te crees que eres?
- Soy un general de la armada de Riversia. Conozco infinitamente mejor que tú los pormenores de cualquier aspecto relacionado con la guerra, y si lo que pretendemos es atacar Valtania cuando no se lo esperen, lo último que debemos hacer es tomar una zona neutral por la fuerza. Sería como anunciar a bombo y platillo que ellos son los siguientes.
- ¿A quién le importa eso? ¿Desde cuándo nos hemos vuelto unos cobardes incapaces de atacar frente a frente a nuestros enemigos?
- Es evidente que nunca has estado en el campo de batalla, y también es evidente que, para tí, nuestros soldados no son más que simples peones. De lo contrario, tu opinión sería muy distinta.
Nox vio como Caldarc clavaba sus ojos en él, encendido por la ira. Sentía una sádica satisfacción por el hecho de hacer enojar a ese viejo megalómano venido a menos. Unos instates después continuó hablando en tono serio:
- Para mí lo principal es cuidar de mis soldados. Sus vidas son mi responsabilidad, y nunca aceptaré llevar a cabo un plan que cause más bajas de las estrictamente necesarias.
- Tienes toda la razón, Nox - dijo Dollet, visiblemente defraudado por las revelaciones de Sadler -. No debemos arriesgar la vida de nuestros soldados de forma inútil. Nuestro mejor plan hasta el momento ha resultado ser inviable...
- ¿Que propone, señor? - preguntó Caldarc.
- Pensaremos en planes alternativos y, mañana al atardecer, volveremos a vernos aquí y discutiremos cuál será nuestro plan de acción. Hasta entonces, pueden retirarse.
Todas las personas allí reunidas comenzaron a levantarse de sus asientos y a salir de la sala. Antes de salir, Dollet se acercó a Sadler y le dijo:
- Comunica mis órdenes a los otros.
- Por supuesto, señor - respondió Sadler.

Dollet se retiró a sus aposentos. Se sentó en un sillón frente al gran ventanal que iluminaba toda la estancia y se quedó allí, contemplando el paisaje. Aún sintiendo una gran decepción por el resultado de la reunión, trató de sobreponerse y de empezar a pensar un plan alternativo. Pero cuando apenas llevaba allí unos cinco minutos, alguien pegó en la puerta.
- ¿Quién es? - preguntó.
- Soy yo, señor - respondió el hombre que estaba tras la puerta.
- ¿Spinoza? ¡Vaya, me alegra que estés aquí! ¡Pasa!
La puerta se abrió y por ella entró Spinoza, la mano derecha de Dollet. Era un hombre bastante mayor, pero sin embargo, era muy elegante y llevaba su cano cabello bien peinado. Spinoza había estado de viaje para visitar a su familia durante unos días, motivo por el cual no había podido estar presente en la reunión. Se acercó lentamente a donde se encontraba el emperador.
- ¿Qué tal tu viaje? - preguntó Dollet.
- Ha estado bien - contestó Spinoza -. Mi hija está estupendamente, y mis nietos cada vez están más grandes.
- Vaya, me alegro - dijo Dollet, esbozando una leve sonrisa.
- ¿Le ocurre algo, señor?
- Si... nuestro plan se ha ido al traste.
El emperador contó a Spinoza los pormenores de la reunión mientras este escuchaba atentamente. Cuando concluyó con la explicación, el anciano dijo:
- Ese Caldarc siempre está igual... Debería dedicarse a gestionar la tesorería del palacio y del parlamento, que es lo que realmente se le da bien. No debería abrir la boca en las reuniones de carácter militar.
- Sí, la verdad es que su extremismo resulta muy molesto, pero conviene tenerlo trabajando para nosotros. No es fácil encontrar un tesorero como él.
- Supongo que tiene razón. En cuanto al plan que deberíamos seguir, opino igual que el general Nox. Deberíamos aprovechar el factor sorpresa a toda costa; todo lo que podamos hacer para inclinar la balanza a nuestro favor será decisivo, señor. Recuerde - dijo Spinoza mientras se acercaba al emperador -: hay mucho en juego.