Hacía poco que había caído la noche. Darius se encontraba sentado en la barra de la posada de Cormack, en la que como de costumbre no había más de unos diez o doce clientes.
Aunque el día había sido duro, en ese momento podía relajarse y disfrutar de un momento de paz, ya que había conseguido terminar un trabajo importante cuya recompensa fue sustanciosa. Mientras degustaba la primera cerveza que había tenido la oportunidad de tomar en más de dos semanas, Cormack, que ya le conocía desde hacía bastante tiempo, se acercó a hablar con él:
- Te veo bien, chico – le dijo el amable posadero - ¿Qué tal? ¿Habéis tenido éxito en el último encargo?
- Pues sí – contestó Darius, sin mucho ánimo -, pero ahora mismo no estoy especialmente conversador, Cormack, así que si pudieras dejarme solo...
- Tú nunca estás especialmente conversador, Darius – rió Cormack – Venga, ¿qué tal fue el trabajo?
- Bien.
- ¿Bien? ¿Eso es todo? Vamos hombre, no me hagas sonsacártelo.
- Estupendo, ya empezamos...
- Sabes que soy muy persistente cuando me parece, así que, ¿por qué no acabas con esto por la vía rápida y me lo cuentas?
- Eso depende. ¿Me dejarás en paz si lo hago?
- Palabra de honor - dijo Cormack sonriendo.
- Está bien, te lo contaré... -dijo Darius con un deje hastiado en la voz -. Verás, estábamos persiguiendo a una banda de asaltantes de caminos por encargo del gremio de comerciantes de las islas Terbassi...
- ¿El gremio de comerciantes? - interrumpió Cormack – Vaya, estáis escalando posiciones. Apuesto a que a estas alturas sois los cazarrecompensas con mejor reputación de este archipiélago.
Hubo una breve pausa tras estas palabras de Cormack, durante la cual ambos estuvieron en silencio arropados por el moderado bullicio de la posada. Finalmente Darius rompió el silencio:
- ¿Vas a seguir interrumpiéndome o me vas a dejar contarte la historia? - dijo Darius en un tono evidentemente irónico. Cormack rió, pues ya se había acostumbrado a su peculiar y casi inexistente sentido del humor.
- Perdona – dijo Cormack aún riendo -. Lo siento, continúa.
- Como te decía, el gremio de comerciantes nos hizo el encargo, ya que varios de sus miembros habían sufrido asaltos a sus caravanas. Investigamos los lugares donde habían sucedido estos ataques y nos percatamos de que todos habían sido realizados en puntos cercanos entre sí, y de que estos puntos delimitaban un área de varias millas. Así que sobrevolamos la zona hasta que conseguimos divisar cierta actividad en una cordillera cercana. Echamos un vistazo con el catalejo y vimos con claridad que eran varios hombres que cargaban mercancías hacia una pequeña cueva. Pasamos de largo y, cuando estuvimos fuera de vista, Claire y yo bajamos del dirigible y avanzamos hasta cerca de la entrada de la gruta. Allí nos escondimos y esperamos, y una vez que todos aquellos bandidos estaban reunidos dentro, lanzamos bombas de humo para hacerlos salir. El resto fue coser y cantar, los capturamos a todos en la misma entrada de la cueva. No esperaban un ataque y no pudieron oponer gran resistencia, y si a eso le sumas la confusión por el humo...
- Vaya, eso es genial... ¿Pero no crees que fuisteis poco precavidos? Quiero decir, no sabíais quienes eran realmente esos hombres, podían no haber sido los bandidos que buscábais.
- Eso que dices no es imposible, pero es poco probable. Al fin y al cabo, no es que haya precisamente mucha gente a la que pueda interesarle llevar mercancías a un lugar tan apartado. Sería difícil venderlas allí, ¿no crees? - hizo una pausa para beber un trago de cerveza -. Sólo los bandidos llevarían la carga a ese lugar, para recogerla cuando se calmen las cosas.
- Hace años que te conozco, y sin embargo nunca deja de sorprenderme lo perspicaz que eres cuando quieres – dijo Cormack esbozando una bonachona sonrisa - . En fin, ¿dónde están Claire y Rutger?
- Están comprobando el dirigible, a Claire le gusta tenerlo siempre a punto.
- Siempre tan meticulosa...
En ese momento, un hombre hizo un gesto a Cormack desde el otro extremo de la barra, pidiéndole que se acercara.
- Bueno, el deber me llama – dijo Cormack mientras se alejaba -. Voy a atender a ese caballero y en un momento estoy contigo.
- No te preocupes – musitó Darius, más para sí mismo que para Cormack -, no tengo ninguna prisa... ni más ganas de cháchara por hoy.
Darius fue a dar otro trago de su cerveza, pero la jarra estaba vacía. Se giró con la intención de llamar a Cormack para pedirle otra, pero al ver que estaba ocupado con el cliente que le había llamado momentos atrás, decidió esperar. Mientras tanto, observó a aquel hombre: un individuo alto y de buen porte, con aspecto de rondar los treinta años.
Pero no fue eso en lo que se fijó. De hecho, en absoluto habría llamado su atención de no ser por el símbolo que llevaba bordado en la solapa de la túnica y que parecía pasar desapercibido ante los ojos de todos los presentes. Pero no ante los suyos. Él ya lo había visto antes en una ocasión; una ocasión que le había marcado para siempre. Y ahora volvía a aparecer ante sus ojos. No podía creerlo.
Cormack tomó unas notas en su libro de clientes y lo pasó por el mostrador al hombre para que firmase. Tras hacerlo, éste se despidió con un gesto y salió de la posada. Cormack se giró hacia un barril y sirvió una cerveza, ya que aunque estaba atento a la conversación con el otro cliente, también se había percatado de que Darius había acabado su bebida. Pero cuando se dio la vuelta, se dio cuenta de que Darius ya no estaba en su taburete.
Aquel hombre, tras firmar en el libro de la posada, había salido a la calle y se dirigía a la zona residencial de la ciudad. Darius había salido algunos segundos después y lo siguió a una distancia prudencial, evitando en lo posible la luz que arrojaban las farolas de aceite y tratando de mantenerse oculto.
Tras un par de minutos andando, el desconocido se detuvo ante la puerta de una vivienda y dio tres golpes rítmicos. Una voz femenina dijo desde dentro:
- Es muy tarde para visitas.
- ¿También para las visitas de viejos amigos? – respondió el hombre.
La puerta se abrió y el desconocido entró en la casa. Darius se acercó con cautela y se colocó bajo la ventana a fin de poder escuchar la conversación:
- Me alegra verte por aquí, Sadler – dijo la mujer -, hacía tiempo que no nos encontrábamos.
- He estado ocupado – respondió el tal Sadler -, últimamente he tenido que realizar análisis de terreno en un buen puñado de sitios.
- Vaya, ¿y eso? ¿Es que nos estamos quedando sin materias primas o qué?
- No, no es eso. De hecho, por lo que sé, están buscando lugares estratégicos desde lo que dirigir una nueva ofensiva y necesitan que sean abundantes en materias primas, sobre todo en minerales.
- Pues si que...- masculló la mujer con preocupación - ¿Significa eso que se acabó la tranquilidad? Maldita sea, no hace ni dos años que se firmó la tregua y ya pretenden volver a las andadas...
- Yo que tú no me preocuparía demasiado – le dijo Sadler con la intención de tranquilizarla -. Ya he analizado los sitios con mayor valor estratégico de cara a un ataque y todos son bastante pobres en cuanto a materias primas minerales, bien por las características del terreno o bien porque las reservas están agotadas.
- Vaya, pues es un alivio saberlo... en fin, ¿qué te trae por aquí?
- Ya te lo he dicho, he venido a realizar análisis del terreno para determinar si existen o no reservas minerales importantes. Y la respuesta es no.
- No, me refiero a qué te trae por mi casa a estas horas.
- ¿Es que acaso no puede uno visitar a los viejos amigos? - dijo Sadler en tono burlón, tras lo cual ambos rieron -. Bueno, la verdad es que quería que estuvieras al corriente de lo que se está gestando en Riversia. Creo que tienes derecho a ello. Al fin y al cabo, eres uno de nuestros principales contactos aquí.
- Todo un detalle por tu parte.
- Bien. Si me disculpas, tengo que marcharme. Mañana parto al amanecer y me gustaría dormir bien esta noche.
- ¿Vuelves a Riversia?
- Así es. Tengo que informar al emperador y a sus generales de los resultados de mis investigaciones. Espero que volvamos a vernos pronto.
Y dicho esto, abrió la puerta y salió a la calle. Se despidió de la mujer con un gesto de su mano y comenzó a caminar en dirección a la posada.
Darius estaba escondido en el callejón que se formaba entre las fachadas de la casa de la mujer y la vivienda contigua. La salida de Sadler por la puerta le había cogido por sorpresa y apenas tuvo tiempo de esconderse. Estaba inmóvil, reflexivo. Intentaba establecer alguna relación entre Sadler, la conversación que acababa de escuchar, y la otra ocasión en la que vio el mismo símbolo que aquel llevaba grabado en su túnica. Pero le era imposible. Apenas recordaba nada y además la conversación no le revelaba nada nuevo, aunque sí le daba algunas pistas.. Esperó un minuto y salió del callejón. Se encaminó hacia el puerto aéreo, donde sus compañeros Claire y Rutger estaban realizando tareas de mantenimiento en el dirigible.
Pero, al adentrarse en una pequeña callejuela apenas iluminada, su camino se vio interrumpido por Sadler, que estaba frente a él, mirándole. Le estaba esperando.
Ambos se observaron en silencio. Sadler miraba a Darius con una expresión fría, pero sus ojos no podían esconder la furia que sentía. La cara de Darius, por su parte, no reflejaba sino indiferencia; aunque era consciente de que ese hombre sabía que le había estado siguiendo, no mostraba ni experimentaba el más leve nerviosismo.
- ¿Qué has oído? - dijo Sadler fríamente, rompiendo el silencio.
- Supongo que es inútil que te diga que no he oído nada, o que te equivocas de persona, o que no sé de qué hablas – contestó Darius con desdén -. Así que te diré la verdad: lo he oído todo.
- Entiendo. Entonces sabrás que no puedo dejarte marchar.
- Vaya, que fastidio – dijo Darius llevándose una mano a la empuñadura de su espada -. No esperaba tener que pelearme hoy...
- No sé con qué clase de gente estarás acostumbrado a pelear – dijo Sadler a la vez que levantaba la mano derecha en dirección a Darius -, pero casi te aseguraría que no son como yo.
Darius no tuvo tiempo de contestar, pues una llamarada emergió de la palma de la mano de Sadler y, de no haberse echado al suelo, habría acabado calcinado.
Darius se levantó y corrió hacia fuera del callejón. Sabía que si Sadler seguía atacándole de la misma forma, no tendría ninguna posibilidad en ese lugar tan cerrado. Desenvainó su espada, dobló la esquina y se pegó a ella en espera de su adversario. Cuando escuchó los rápidos pasos casi a la altura de la esquina, salió y asestó un rápido golpe horizontal que acabó cortando el aire, pues Sadler había anticipado su maniobra y saltó del callejón rodando por el suelo, para lanzar otra llamarada a Darius nada más recuperar el equilibrio. Éste la esquivó con una ágil voltereta a ras de suelo y se abalanzó con su espada sobre Sadler, que tuvo el tiempo justo para sacar una daga que guardaba en su cinto y con la que bloqueó el fuerte golpe descendente de Darius, el cual se apartó rápidamente para evitar otra posible llamarada. Fue entonces cuando una luz y una voz ronca interrumpieron la encarnizada lucha.
- ¿Qué ocurre ahí?
El ruido producido por la pelea no había pasado desapercibido a los guardias de la ciudad. Darius sabía por experiencia que no eran precisamente indulgentes con aquellos que provocaban o participaban en refriegas en calles o bares, así que optó por huir de aquel lugar. Aún así, Sadler echó a correr detrás de él y le perseguía de cerca.
Aprovechando su conocimiento de la ciudad, Darius dirigió su huida a las calles más enrevesadas y oscuras posibles, buscando desorientar a su perseguidor. Y efectivamente, tras un par de minutos de frenética carrera, doblando esquinas por doquier y corriendo a oscuras, parecía haberlo perdido.
Estaba jadeando. La pelea y la posterior huida le habían dejado agotado, no porque le hubieran supuesto un gran esfuerzo físico, sino porque por primera vez en mucho tiempo, había temido de verdad por su vida. Había sentido la tensión de saber que cualquier movimiento en falso podría haber sido el último. Hacía mucho que no sentía esa sensación.
Pero ante todo, estaba confuso. ¿Quién era realmente Sadler? ¿Para quién trabajaba? ¿Qué significaba ese símbolo y en qué se relacionaba con aquel incidente ocurrido nueve años atrás? ¿Era cierto que la tregua entre Riversia y Valtania estaba tocando a su fin?
Con todas estas preguntas rondándole la cabeza se encaminó, deprisa pero con cautela, al puerto aéreo. Al llegar al hangar donde estaba el dirigible de Claire, se encontró con ésta y con Rutger, el piloto y principal mecánico de la aeronave. Ambos tenían manchas de grasa en la cara, pero parecían haber acabado la revisión. Claire se giró y vio a Darius. Con una sonrisa en los labios, le dijo:
- ¡Vaya, bienvenido de nuevo! ¿Qué tal está Cormack?
No obstante, su tono cambió cuando vio la expresión de Darius.
- ¿Qué ocurre? - preguntó Claire con un tono de preocupación en su voz
- Tenemos que irnos de aquí – repuso Darius
Claire y Rutger le miraron sorprendidos. No entendían a qué venía aquello.
- ¡Vamos hombre, acabamos de llegar! – protestó Rutger.
- Opino igual que Rutger – repuso Claire - ¿Por qué tendríamos que irnos ahora?
- No hay tiempo – espetó Darius mientras se disponía a subir a la aeronave – Subid al dirigible y os lo contaré por el camino.
- ¡Cuéntalo ahora! – dijo tajantemente Claire - ¿Por qué demonios tendríamos que irnos?
Darius se detuvo. Se giró en dirección a Rutger y Claire y, delatando un estado de nerviosismo que chocó sobremanera a sus camaradas, dijo:
- Ha ocurrido algo... Ya no estoy seguro aquí. Y por lo tanto, vosotros tampoco.