4 mar 2010

Capítulo 2

La noche era clara. La luna llena coronaba el cielo plagado de estrellas, y la vista era aún más impresionante desde el dirigible. Pero ninguno de los tres prestaba atención a eso.

Se encontraban en el puente de mando. Darius y Claire estaban sentados y, aunque Rutger se encontraba al timón, escuchaba con toda su atención a Darius, que les relataba lo ocurrido esa noche. Una vez terminó, se hizo el silencio, solo interrumpido por el ruido de los motores de vapor. Tras varios segundos de reflexión, Claire habló finalmente:
- Está bien... seguiste a ese hombre hasta la casa de una mujer y espiaste la conversación que ambos mantuvieron, en la cual mencionaban que Riversia tiene planes para una nueva invasión a Valtania. Aquel hombre te descubrió y luchaste contra él, pero era demasiado poderoso y no pudiste vencerle. Cuando llegaban los guardias, aprovechaste para huir, y ahora nos arrastras a nosotros contigo...
- Sí – contestó Darius -, básicamente eso es lo que ha pasado. Y si os arrastro conmigo, como tú dices, es porque no somos precisamente desconocidos en las islas Terbassi. Podrían ir a por vosotros para llegar hasta mí.
- ¿Y por qué no informas al senescal Dongalor? - preguntó Rutger -. Tal vez él pueda hacer algo.
- Estas islas son una zona neutral – repuso Darius -. Y teniendo en cuenta que, por lo que sabemos, el archipiélago no corre peligro de ser invadido, dudo mucho que tome cartas en el asunto.
- ¿Y qué crees que debemos hacer?
- Nada.
- ¿Nada? ¿Esa es tu respuesta?
- Así es. Según Sadler, todos los puntos estratégicos desde los que dirigir una ofensiva armada tienen unas reservas paupérrimas de materias primas, lo que hace inviable esa posibilidad.
- Pero...
- Rutger – intervino Claire -, Darius tiene razón. Si Riversia quiere lanzar un nuevo ataque, tendrá que buscar otro modo de hacerlo. No podemos hacer más.
- Vaya, gracias – dijo Darius con sarcasmo.
- Aún no he acabado contigo, Darius – le contestó Claire volviéndose hacia él -. Dime, ¿por qué demonios tuviste que perseguir a ese tipo y meternos en este lío?
- Ya te lo he dicho. Fue por el símbolo que tenía bordado en la túnica.
- ¿Y qué demonios tenía de especial?
- Que ya lo había visto antes. En cierta ocasión.
- ¿Ah sí? ¿Cuándo, si puede saberse?
Hubo una tensa pausa de varios segundos, durante la cual Darius y Claire se lanzaron una mirada fulminante. Rutger ya se acercaba para intentar poner algo de paz entre los dos, pero entonces Darius se puso en pie y contestó:
- El día en que mi hermano desapareció sin dejar rastro.

Tras esas palabras, se hizo el silencio. Claire miraba a Darius con una expresión entre sorpresa y pena, consciente de que había metido la pata. No obstante, no parecía que Darius se sintiese molesto con ella. Simplemente desvió la mirada hacia el cielo nocturno.
Rutger varió ligeramente el rumbo del dirigible y fijó el timón en la posición en la que se encontraba. Tras eso, se dirigió hacia Darius y le dijo:
- Nunca nos habías hablado de eso.
- Nunca me habéis preguntado - contestó Darius.
- No es que seas precisamente el tipo más abierto del mundo. No recuerdo ni una sola ocasión en que nos hayas hablado de tí.
- Sencillamente no me pareció importante.
- Llevamos ya casi cuatro años trabajando juntos, Darius - dijo Claire, que finalmente se había decidido a hablar -. Después de tanto tiempo apenas sé nada sobre tí. Siempre actúas como si no fueras humano y te escudas detrás de una máscara. No muestras lo que sientes.
- Y por eso soy bueno en lo que hago -respondió Darius -. Esa es la razón de que no me hayas dejado sin trabajo después de la metedura de pata de esta noche.
- Te equivocas... eso no tiene nada que ver. La razón por la que sigues aquí es que no eres un simple subordinado para mí. Lo creas o no, me preocupo por tí. Y quisiera poder comprender por qué tú, que nunca pierdes la serenidad, has actuado de forma tan irreflexiva. Así que cuéntame: ¿Qué tiene de especial ese símbolo? ¿Qué ocurrió aquel día?

Era evidente que Darius se sentía incómodo. Posiblemente era la primera vez que Claire y Rutger veían algo más que frialdad en los ojos de Darius. Aunque de forma muy sutil, podía apreciarse que los recuerdos que en ese momento evocaba le producían una profunda sensación de tristeza. Tras unos segundos, comenzó su relato:

- Fue hace unos nueve años, más o menos. Vivía con mi hermano mayor, Camus, en una cabaña al pie de la colina, cerca de Ildenberg. Nuestros padres habían muerto, así que sólo nos teníamos el uno al otro. Solíamos pasar los días entrenando. Nos encantaba. Pero lo que para mí era una forma de pasar el tiempo, para mi hermano era casi una obsesión. Día tras día entrenaba durante muchas horas, como si le fuera la vida en ello. Yo era, y de hecho sigo siendo, incapaz de comprenderlo.
Aquel día Camus había ido a un bosque cercano; era común que cazara para entrenarse. Pero aquel día volvió antes de lo que yo esperaba, así que me acerqué a él y le pregunté por qué había vuelto tan pronto. Sólo me dijo que había visto a dos hombres que parecían extranjeros caminando en dirección a nuestra cabaña, y que su instinto le decía que no tenían buenas intenciones. Me dijo que me fuese de allí y me escondiera, pero yo insistí en quedarme con él; si lo que decía era cierto, no quería dejarle solo. Quería luchar junto a él. Pero Camus siguió insistiendo, y yo negándome a obedecerle, hasta que de pronto me golpeó en la cabeza y perdí el conocimiento. Esa... esa fue la última vez que ví a mi hermano.
Lo siguiente que recuerdo es que desperté tumbado entre unos arbustos. Me dolía la cabeza y estaba terriblemente mareado, era incapaz de moverme. No obstante, pude ver nuestra cabaña, que estaba a escasos metros de mí, ardiendo violentamente. Y delante de ella, un hombre. Jamás olvidaré su cara, ni su túnica... ni el símbolo que llevaba en ella.

Otra vez se hizo el silencio. Lo cierto es que nadie sabía que decir. Pero al menos, en ese momento, Claire y Rutger pudieron alcanzar a comprender por qué Darius había perdido su frialdad de forma tan repentina.

- Después de aquello - continuó Darius -, desperté en casa de un leñador que había visto el fuego y alertado a la gente de Ildenberg para que le ayudasen a apagarlo. Cuando el incendio había sido sofocado, examinó los alrededores y me encontró entre los arbustos. Me llevó a su casa y me acogió allí; nunca podré agradecérselo lo suficiente. Pasé un tiempo ayudándole en su trabajo para ganarme el sustento y, después de un par de años, decidí empezar a trabajar como cazarrecompensas. El resto ya lo sabéis: me gané cierta reputación en Ildenberg y alrededores y vosotros me contratásteis.

Si bien Darius no se sentía cómodo contando todo aquello, parecía que, en cierto modo, se sentía aliviado por compartir aquello con las que eran casi las únicas personas en las que se podía decir que confiaba. Concluido el relato, Claire preguntó:
- ¿No intentaste averiguar lo que pasó?
- Bueno - contestó Darius -, no tenía ninguna pista aparte de aquel hombre que ví frente a la cabaña, así que pasado un tiempo decidí tratar de olvidarlo; de todos modos no pensaba que tuviera posibilidades de averiguar qué fue lo que ocurrió. Hice todo lo posible por dejarlo atrás, por seguir con mi vida.
- ¿Y qué tienes pensado hacer ahora?
- ¿A qué te refieres? No pienso hacer nada.
- ¿Perdona? - dijo Claire, incrédula.
- Ya me has oído - respondió Darius en tono indiferente -. No voy a hacer nada al respecto.
- ¿Pero... por qué? Ahora las cosas son distintas; ¡has vuelto a ver el símbolo, y no sólo eso, sabes quién es el hombre que lo portaba y para quién trabaja!
- ¿Y qué? Piénsalo fríamente. El hecho de que llevasen el mismo símbolo en su ropa no implica que se conozcan, ni que trabajen para la misma persona, ni nada. Ese emblema puede significar cualquier cosa. No voy a remover el pasado por una posibilidad remota.
- ¿Tú te escuchas cuándo hablas? Después de nueve años, obtienes información que podría ayudarte a descubrir lo que pasó aquel día, ¿y te niegas siquiera a intentarlo?
- Veo que lo captas - senteció Darius.
- Esta sí que es buena - dijo Claire sarcásticamente -. El hombre de hielo pierde los nervios al ver un emblema y, por si esto fuera poco, ahora quiere hacerme creer que no quiere saber nada al respecto.
- ¿Estás insinuando algo?
- No insinúo nada; afirmo que en el fondo quieres averiguar lo que ocurrió aquel día, por mucho que digas lo contrario. Y con esa actitud tuya, lo único que consigues es autoengañarte.
- Vaya, he de reconocer que me has impresionado.
- ¿Ah, sí?
- Desde luego... acabas de decir la mayor sarta de estupideces que he oído en mucho tiempo.
- ¡Vete al infierno! - dijo Claire con rabia -. ¿Sabes qué? Haz lo que quieras. Si quieres seguir mintiéndote a tí mismo, adelante. Pero no esperes que vuelva a apoyarte la próxima vez que ocurra algo como lo de esta noche.
- Puedes estar tranquila, no volverá a pasar.
Claire empezaba a desesperarse, pues era prácticamente imposible razonar con Darius cuando se obcecaba en mantener su postura a toda costa. Intentando en lo posible tranquilizarse, se dirigió a Darius y le dijo:
- Vamos, Darius... deja de actuar como si no te importara. No pierdes nada por intentarlo.
- Esto es increíble - resopló Darius -. A ver, ¿por qué tienes tanto interés en que investigue mi pasado?
- Porque eres mi amigo y me preocupo por tí.
Las palabras de Claire fueron seguidas por un largo silencio durante el cual nadie dijo nada. Darius parecía reflexivo, ensimismado. Claire y Rutger aguardaban expectantes su respuesta.
- ¿Estás segura? - dijo finalmente.
- ¡Por supuesto! - contestó Claire, que no podía ocultar su alegría -. Con el último trabajo hemos ganado lo suficiente como para sobrevivir un tiempo, así que no te preocupes; podemos ayudarte con esto.
- Desde luego, cuenta con nosotros - dijo Rutger sonriendo -. En fin... ¿a dónde vamos?
Darius se quedó pensativo unos segundos y finalmente dijo:
- A Shelzah. Iré a ver a Friedich a primera hora de la mañana. Antes de decidir cuál será nuestro siguiente movimiento, hay algunas cosas que debo averiguar.


Apenas tardaron unas tres horas en llegar a Shelzah, ciudad de artesanos y centro neurálgico de la isla del mismo nombre, muy cercana a donde se encontraban. Tras aterrizar en el puerto aéreo, Claire y Rutger se fueron a dormir a sus habitáculos, mientras que Darius esperó despierto a que amaneciera; no dejaba de darle vueltas a lo ocurrido la noche anterior.
Cuando Rutger se despertó, se dirigió al puente de mando. Allí encontro a Darius, mirando a través de los cristales de la cabina.
- ¿No has dormido nada? - le preguntó.
- No tenía sueño - respondió Darius mientras se encaminaba hacia la salida -. Me voy a ver a Friedich. Díselo a Claire cuando se despierte.
- Pero... - quiso decir Rutger, pero Darius no se detuvo y ya bajaba por la escalinata -. Está bien, se lo diré...

La luz del sol hacía brillar con esplendor las vidrieras ornamentales de los edificios de Shelza, resguardadas por ostentosos marcos y recargadas fachadas. Las calzadas estaban perfectamente niveladas, sin un solo adoquín que sobresaliera. Las farolas, los carteles, las calesas que pasaban de vez en cuando... todo en aquella ciudad parecía imbuído por un halo de fina artesanía. Cualquiera podía pasear durante días por la ciudad sin cansarse de admirarla. Pero Darius no se interesaba por esas cosas, y menos en ese momento. Quería llegar cuanto antes a la biblioteca y hablar con Friedich, el erudito. Lo conocía desde hacía poco más de un año y, desde entonces, siempre que había necesitado información concreta para algún trabajo había acudido a él. Nunca le había defraudado: a pesar de ser relativamente joven, era un auténtico maestro a la hora de investigar entre los miles de libros que poblaban las enormes estanterías de la biblioteca y, si era necesario, rebuscaba hasta en el último rincón de donde hiciera falta, ya fueran censos, registros civiles, otras bibliotecas... Era un hombre muy tenaz y meticuloso cuando se trataba de buscar información.

Darius llegó al edificio, tan ostentoso como los demás, y entró. Avanzó hasta un pasillo diáfano que dejaba ver el piso inferior, lleno de mesas y sillas y con las paredes cubiertas por estanterías repletas de libros. En una de esas mesas estaba Friedich, así que Darius descendió por las escaleras.
Friedich vió a Darius acercándose, y mientras se ajustaba los anteojos, le dio la bienvenida:
- Vaya, dichosos los ojos. Hacía tiempo que no te dejabas caer por aquí.
- Eso es porque no tenía ningún encargo para tí. Sabes que no me gusta hacerte perder el tiempo.
- No digas tonterías, ya deberías ser consciente de que aquí eres bien recibido cuando quieras. Bien, supongo que me traes algún trabajo, ¿no?
- Supones bien. Necesito información sobre algunas cosas.
- ¿De qué se trata?
- Por un lado, quiero que averigües todo lo que puedas sobre un hombre llamado Sadler.
- ... Me lo pones difícil. ¿No tienes más datos sobre él?
- Apenas. Sólo sé que, por lo que le oí decir, trabaja para el emperador de Riversia.
- ¿Por lo que le oíste decir? - preguntó Friedich enarcando una ceja.
- Es una larga historia... pero sí, estoy bastante seguro de que lo que te digo es cierto.
- Perfecto entonces, eso me facilitará mucho las cosas. ¿Algo más?
- Sí, espera - dijo Darius mientras cogía un trozo de papel y una pluma de la mesa donde Friedich tenía sus materiales. Visualizó el símbolo de la túnica en su mente y lo dibujó con la mayor fidelidad posible. Una vez acabó, le extendió el papel a Friedich -. Quiero que averigües qué es este símbolo.
- No hay problema. ¿Eso es todo?
- Por el momento sí.
- De acuerdo. El pago, como de costumbre, dependerá del tiempo y los recursos que necesite para investigar lo que me pides.
- Lo sé, lo sé. ¿Cuánto crees que tardarás?
- Aún tengo un par de pequeños encargos de los que ocuparme, pero empezaré con esto justo después. ¿Por qué no vuelves en una semana, más o menos? Calculo que para entonces habré acabado con lo tuyo.
- Está bien - dijo Darius mientras se alejaba en dirección a la salida -. Nos veremos dentro de una semana.