11 mar 2010

Capítulo 3

Irenicus trataba por todos los medios de mantener los ojos abiertos, pero por mucho empeño que pusiera, ya le era imposible. Llevaba casi tres horas en la biblioteca, sentado ante aquel libro, leyendo sin parar, y los párpados le pesaban como si fueran de piedra; así que decidió salir a la calle a tomarse un descanso.
Al llegar a la entrada, se topó con Aldus, el amable bibliotecario que días antes le había guiado por las amplias estancias de aquel lugar hasta la sección de libros sobre magia, que era lo que a Irenicus le interesaba investigar. Aldus se percató de la presencia de Irenicus y le dijo:
- Vaya, ¿ya lo dejas por hoy, chico?
- Sí, por hoy ya está bien - contestó Irenicus con un tono que evidenciaba su fatiga -. Había oído que Balthus era un autor muy interesante, pero la verdad... sus textos son de lo más infumable.
- Desde luego, Balthus es un autor muy difícil. Es cierto que presenta ideas innovadoras y coherentes, pero aún así sus libros no son para cualquiera. Es mucho mejor como mago e investigador que como divulgador. No transmite sus conocimientos con claridad.
- En eso estoy totalmente de acuerdo con usted. Apenas he podido sacar nada en claro después de leerme casi toda su obra.
- Te comprendo perfectamente. El «Tratado sobre magia y tecnología» de Balthus es un libro muy complejo, incluso para magos curtidos; no es de extrañar que un chico tan joven como tú lo encuentre abrumador.
- Abrumador no es la palabra que yo usaría, pero sí, tiene razón... en fin, me voy. Hasta mañana - dijo Irenicus mientras se dirigía a la salida.

Nada más atravesar la puerta, el brusco cambio de intensidad de la luz le cegó momentáneamente. Los rayos del sol iluminaban majestuosamente las calles y casas de piedra de Dae Lent, una ciudad llena de vida que además era uno de los puntos clave en el transporte y el comercio de Valtania, gracias a la gran cantidad de mercaderes que allí se habían establecido. Desde casi cualquier punto de la ciudad podía verse el enorme y concurrido puerto, auténtico corazón de Dae Lent, ya que toda la ciudad había sido construida sobre una colina que caía en suave pendiente en dirección a la costa. Había un constante ir y venir de personas y mercancías durante las horas de luz que solía llegar a su punto álgido alrededor del mediodía, hora durante la cual era incluso difícil moverse por el puerto debido al intenso barullo. El resto de la ciudad alternaba edificios bajos de piedra con amplias zonas ajardinadas escrupulosamente cuidadas que contribuían a crear un ambiente verdaderamente agradable. En momentos como ése, Irenicus se alegraba de haber salido de su tierra natal y de poder viajar y ver el mundo. Pero no era ese el motivo por el que estaba allí.

Caminó hasta un jardín cercano, donde había algunos niños jugando, y se sentó en un banco. Abrió su bolsa y comprobó cuánto dinero le quedaba; bastante poco, tal y como sospechaba. En poco más de un mes había dilapidado sus ahorros: el viaje en barco hasta Vendelia, su estancia de dos semanas en aquella ciudad, el viaje en tren hasta Dae Lent, los trece días que llevaba allí... de seguir así, no tardaría mucho en quedarse totalmente sin dinero. Para colmo, su investigación sobre Magia Tecnológica tampoco iba precisamente bien, pues no había conseguido aprender casi nada de utilidad sobre la materia a pesar de haber pasado gran parte de sus estancias en Vendelia y Dae Lent encerrado en bibliotecas, leyendo ensayos y tratados sobre una disciplina totalmente nueva para él y de la que sólo conocía lo básico. Compungido y decepcionado consigo mismo, se levantó y dirigió sus pasos hacia la estación: cogería el próximo tren a Vendelia y, una vez allí, embarcaría de vuelta a casa.

No obstante, antes se dirigió a la biblioteca. Quería despedirse de Aldus, el bibliotecario que tan bien le había tratado durante el tiempo que había pasado allí.
Al llegar a la calle de la biblioteca, vio a Aldus cerrando la puerta, pues a esa hora dejaba el edificio para volver a casa y tomar su almuerzo. Irenicus se dirigió hacia él.
- Hola otra vez, señor Aldus - le dijo.
- Vaya, ¿otra vez por aquí? No descansas, ¿eh? - dijo Aldus sonriendo -. Deberías tomártelo con más calma, el conocimiento no puede «devorarse»; hay que tomarlo en pequeñas dosis, disfrutarlo... y por favor, no me llames «señor». Soy viejo, pero no tanto.
- Lo siento, Aldus. En fin, no estoy aquí porque quiera volver al trabajo. Sólo he venido a despedirme.
- ¿A despedirte? - exclamó Aldus - No lo entiendo, ¿te vas? ¿Por qué?
- Verás, vine aquí con un objetivo concreto y... no he conseguido alcanzarlo. Además, apenas me queda dinero. No puedo permitirme el quedarme aquí.
- ¿Es que tu objetivo no era estudiar los fundamentos de la Magia Tecnológica?
- Pues sí... y no. Quería aprender sobre esa disciplina, pero no por simple curiosidad, sino para aprender a usar esto.
En ese momento, Irenicus se quitó el guante de la mano derecha para mostrar a Aldus su recientemente adquirido Engarce, el brazalete usado por los magos de la escuela tecnológica para canalizar sus poderes y facilitar el uso de la magia. Mientras Aldus examinaba el brazal detenidamente, Irenicus continuó:
- Lo compré nada más llegar a Vendelia. Quería aprender a usarlo. Estudié magia en mi tierra natal, pero allí no se usan estos aparatos. Mi escuela es muy tradicional en ese aspecto... y yo siempre quise familiarizarme con la rama tecnológica de la magia.
- De modo que eso era lo que pretendías... - comentó Aldus con sorpresa -. Debiste decírmelo desde un principio. Podría haberte evitado la pérdida de tiempo.
- E-espere... ¿pérdida de tiempo? - preguntó Irenicus, que se había quedado pálido de repente.
- Verás, los escritos que has estado leyendo hasta ahora contienen gran cantidad de datos sobre ingeniería y mecánica que no sirven para nada al propósito que tú persigues. En realidad, si has estudiado magia tradicional, ya tienes toda la base teórica necesaria para aprender a usar tu Engarce.
- ¿A... acaso quiere decir que he leído todos esos tostones para nada? - preguntó Irenicus, que no quería creerse lo que estaba oyendo.
- Bueno, así dicho suena bastante mal, pero en esencia... sí, así es.
Irenicus no daba crédito a lo que oía. En apenas cinco semanas había agotado casi todos sus ahorros y, para colmo, ahora sabía que su esfuerzo no había servido para nada. Se dejó caer contra la pared llevándose las manos a la cabeza. Hizo un esfuerzo por no llorar ante la idea de que había desperdiciado su tiempo y su dinero de forma inútil.

Aldus posó su mano sobre el hombro de Irenicus y, sin perder el tono optimista y afable que le caracterizaba, le dijo:
- Si de verdad quieres aprender a usar tu Engarce, deberías inscribirte en la Academia de Magia de Dae Lent.
- Eso es algo que también consideré, pero es demasiado caro. No habría podido permitírmelo.
- Si vas a clases de forma continua, no... pero la escuela también cuenta con un equipo de tutores.
- ¿Tutores? - preguntó Irenicus sacando la cabeza de entre sus manos.
- Así es. Profesores particulares, por así decirlo. Si no te sobra el dinero, es buena idea contratar a un tutor.
- ¿Y qué hacen exactamente los tutores?
- Los tutores tienen asignadas pequeñas aulas en las cuales dar clase a los alumnos de uno en uno; eso hace que las lecciones sean más personalizadas. Cada tutoría dura una hora aproximadamente, y suelen tener unas cinco o seis diarias durante seis días a la semana. Los alumnos suelen ir a unas tres tutorías a la semana, lo que es sustancialmente más barato que las clases normales... y para alguien como tú, con un bagaje más o menos amplio en Magia Tradicional, resulta más adecuado este sistema, ya que podrías saltarte toda la parte teórica - concluyó Aldus mientras sonreía.
- Suena muy bien, pero aún así... no puedo permitírmelo. Apenas me queda dinero.
- ¿Y por qué no buscas un trabajo?
- ¿Y de qué podría trabajar yo? Me he pasado la vida estudiando, no sé hacer prácticamente nada...
- ¡Vamos, anímate! Hay docenas de comerciantes con negocios en la zona portuaria. Seguro que más de uno necesita algún ayudante.
- Aunque me dieran un trabajo... no tengo a dónde ir - dijo Irenicus con pesimismo -. Las posadas no son precisamente baratas, y dudo que con un sueldo de ayudante pudiera pagar el alojamiento y las clases... no, es imposible.
- No te preocupes por el alojamiento - le dijo Aldus para reconfortarlo -. ¿Sabes qué? Puedes quedarte en mi casa si quieres.
- ¿En serio? - dijo Irenicus muerto de vergüenza -. No, oiga... es muy generoso por su parte, y se lo agradezco, pero no puedo aceptar su oferta.
- Vamos, no seas tan vergonzoso chico. No será ninguna molestia, y seguro que mi mujer estará de acuerdo.
- ¿Qué? - acertó a decir Irenicus, totalmente ruborizado -. No, de verdad, no es necesario...
- ¡No te preocupes! - dijo entre risas Aldus -. Nuestro hijo lleva años viviendo en Vendelia, tenemos una habitación libre. Además, nos vendrá bien la compañía.
- Pe... pero...
- ¡Nada de peros! ¿Qué me dices?
- Pues... bueno... está bien. Muchas gracias Aldus. De verdad.
- No hay de qué, chico. Venga, ¿vamos a almorzar?



Ya había pasado una semana desde que Darius había encargado a Friedich la investigación sobre Sadler y el símbolo. Mientras Claire y Rutger disfrutaban de aquellas improvisadas vacaciones, aprovechando para descansar y visitar la ostentosa ciudad de Shelzah, Darius había pasado la mayor parte del tiempo entrenando. No le gustaban los descansos de más de dos o tres días; odiaba sentirse inactivo. Cuando no entrenaba le daba vueltas a lo ocurrido la semana anterior, intentado atar los cabos sueltos sin éxito. No obstante, en ningún momento habló del tema con Claire ni con Rutger; durante esa semana sólo los veía por la noche, cuando todos volvían al dirigible, y conversaba con ellos sobre temas más bien triviales. Los primeros días tanto Rutger como Claire trataron de hablar con Darius sobre lo ocurrido aquella noche, pero ante la nula cooperación de éste a la hora de tratar el tema, al poco tiempo dejaron de intentarlo.

El día en que tenía que ir a visitar a Friedich, Darius se despertó temprano, mientras sus compañeros aún dormían. Se vistió, abandonó el dirigible y se dirigió a la biblioteca. Cuando llegó, vio que Friedich ya lo esperaba allí dentro y, al verlo llegar, se levantó y le saludó:
- Hola Darius. Veo que, como de costumbre, estás aquí a primera hora.
- Digamos que no me gusta perder el tiempo. Dime, ¿has conseguido averiguar lo que te pedí?
- ¡Por supuesto! ¿Te he defraudado alguna vez? - dijo ajustándose las lentes -. Mira, tengo el informe justo aquí.
- Estupendo. ¿Qué has averiguado?
- Bien: ese hombre llamado Sadler en el que estás interesado es un geólogo. Uno de los más reputados del continente, de hecho. Trabaja para el gobierno de Riversia desde hace bastante tiempo. Sin embargo, no he podido averiguar nada sobre él antes de eso.
- ¿Un geólogo, dices? - preguntó Darius enarcando una ceja.
- Así es.
- Ya, y yo soy un capellán. Friedich, ese tipo casi me incineró con un mero gesto de su mano.
- ¿Ah, sí?... Vaya, que interesante.
- A lo que voy es a que nadie que no se haya pasado su vida instruyéndose en artes mágicas es capaz de manejar la magia con esa ligereza, ni siquiera con Engarces. Eso lo sabes tan bien como yo.
- Sí, lo sé. Y por lo que me dices sí, es bastante inusual, pero aún así es posible.
- Ya... pero no deja de parecerme extraño. En fin, ¿qué puedes decirme sobre el símbolo?
- Mi respuesta probablemente te sorprenda - dijo Friedich sentándose de nuevo -, pero ese símbolo es ni más ni menos que la firma de un sastre.
- Estás bromeando... - espetó Darius sin creérselo.
- Para nada. Escudriñé libros comerciales de todo el continente y dí con un símbolo que era exacto al que tú me dibujaste; es la firma de un sastre llamado Sig Longard. Mejor dicho, el tal Longard fundó su negocio hace más de ochenta años en Khallum, la capital de Riversia. Ahora es su nieto el que lleva la sastrería.
- Fantástico - dijo Darius sin ocultar su decepción -. Como suponía, una pista inútil.
- No creas - sonrió Friedich -. Las confecciones de Longard son conocidas por su exquisitez y, sobre todo, por su exclusividad. Se dice que sólo los más ricos pueden permitirse adquirir las prendas de Longard.
- Eso quiere decir... que debe tener una lista de clientes bastante reducida.
- Exacto.
Darius recobró el ánimo. Si lo que decía Friedich era cierto, era posible que lograse encontrar al hombre que vio, hacía nueve años, frente a su casa en llamas: su nombre estaría en la exclusiva lista de Longard.
- Se te está iluminando la cara - apuntó Friedich -. Deduzco entonces que la información que te he dado te es útil.
- Desde luego, pero sigue habiendo algo que no me cuadra: ¿cómo pudo Sadler, siendo un geólogo, permitirse comprar ropa a Longard?
- Bueno, es un geólogo respetado, trabaja para el emperador de Riversia...
- Vamos, Friedich, sé realista. ¿Cuándo has visto tú a un científico rico?
Friedich rió a carcajadas y respondió:
- Sí, en eso tienes razón. Supongo que sí, que debe haber algo más detrás de todo esto.
- Estoy de acuerdo. En fin, debo irme - dijo Darius mientras se hurgaba el bolsillo para sacar una bolsa llena de monedas y billetes -. ¿Cuánto te debo?
- La tarifa normal. No me ha supuesto demasiados quebraderos de cabeza.
- De acuerdo - dijo Darius contando el dinero y dejándoselo sobre la mesa -. Como te decía, he de irme. Nos vemos.
- ¡Adiós! - se despidió Friedich mientras Darius abandonaba el edificio.

Darius comenzó a caminar en dirección al puerto aéreo. La información que acababa de recibir era confusa, pero sí que tenía algo claro: había algo que no encajaba, algo que aún no sabía... pero ya no había marcha atrás: tenía la determinación de averiguar qué se escondía detrás de aquello.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un agradable olor que emanaba de una panadería. Se paró un instante a apreciar el aroma. Era delicioso. Observó que había varias tiendas de comestibles a lo largo de la calle y, tras pensarlo un momento, decidió entrar a la panadería.

La luz del sol, que caía a plomo sobre la ventanilla de su habitáculo, despertó a Claire. No tenía ni idea de la hora que podía ser, así que decidió levantarse. Tras desperezarse y ponerse la ropa, se dirigió hacia el puente de mando. Pero antes de que llegara, vió a Darius aparecer por la escalinata. Llevaba una bolsa con pan, otra con verduras y una más con lo que parecía ser carne.
- ¡Buenos días! - dijo Claire.
- Hola.
- ¿Has hablado ya con Friedich?¿Averiguó lo que necesitabas?
- Sí - contesto Darius a la vez que dejaba las bolsas en la mesa de cubierta -. Por cierto, he traído comida para un par de días.
- Vaya, ¿y eso?
- Porque tenemos que partir hacia Khallum - sentenció Darius.