28 mar 2010

Capítulo 5

Había sido un viaje de más de día y medio, pero al fin estaban allí.
Claire se asomó por una de las ventanas de la cabina y observó la majestuosa ciudad de Khallum. Los altos edificios apenas dejaban ver las calles de la ciudad salvo en la zona más cercana al puerto, donde podían distinguirse decenas de transeúntes y vehículos. Era una de las ciudades más avanzadas del continente en lo que a tecnología y conocimiento se refiere, y esto era perfectamente apreciable con sólo echar un vistazo: los edificios de tres o cuatro plantas, la gran cantidad de fábricas en la zona exterior, los numerosos automóviles de vapor y el ambiente en general dejaban claro el alto nivel de desarrollo que Khallum había alcanzado, y que hizo que Claire se sintiera maravillada con lo que estaba viendo.
Rutger varió el rumbo y se dirigió al puerto aéreo, situado en las afueras de la urbe. Una vez se había aproximado lo suficiente, se acercó al telégrafo y comenzó a enviar un mensaje a los controladores del puerto. Lo había hecho tantas veces que ya lo escribía de memoria, sin necesidad alguna de consultar el código: «Aquí Halcón Escarlata. Solicito permiso para aterrizar».... Halcón Escarlata... siempre le había parecido un nombre horrible para un dirigible, o para cualquier otra cosa. Pero al fin y al cabo, la aeronave pertenecía a Claire y ella podía llamarla como le viniese en gana.
La respuesta no se hizo esperar: «Imposible, Halcón Escarlata. Estamos al máximo». Rutger maldijo entre dientes: tendría que dejar el dirigible a las afueras de la ciudad, como ya había hecho otras veces tras verse en la misma situación.
Aprovechando un claro cercano a los muros de la mastodóntica urbe, Rutger hizo descender la aeronave y, junto a Darius y Claire, descendió y la ancló al suelo y a varios árboles.

- Odio cuando ocurre esto - gruñó Rutger -. Aquí fuera podría ocurrirle cualquier cosa al Halcón.
- Vamos, no seas así, eso tiene fácil solución - le respondió Claire -: basta con que siempre haya al menos uno de nosotros vigilándola.
- También odio eso...
- ¿Por qué?
- Porque en estos casos suelo ser yo el que se queda más tiempo vigilando. Y me aburre sobremanera.
- Vamos, hazme ese favor... me muero de ganas por ver la ciudad, desde el aire tenía un aspecto increíble...
- ¿Ves? A eso me ref...
- Voy a buscar a ese tal Longard y a hacerle un par de preguntas - interrumpió Darius -. No sé cuando volveré. Dependerá de si averiguo algo interesante.
- ¡Espera! - dijo Claire -. Voy contigo.
- No. Esto es un asunto personal. No es necesario que vengas.
- Quizá no sea necesario, pero quiero ir.
- ¿No querías hacer turismo?
- He cambiado de idea.
- Pues lo siento, pero no estoy de humor para tus cambios de parecer - dijo Darius mientras comenzaba a caminar hacia la ciudad -. Me voy. Volveré lo antes que pueda.

Claire estaba realmente furiosa. No entendía por qué Darius despreciaba su ayuda cuando se la ofrecía, ni por qué era tan distante y descortés con ella y con Rutger, sobre todo desde que les contara lo que le había ocurrido aquel día nueve años atrás. Quería gritar, correr hacia Darius, golpearle en la cara y exigirle que le contase qué era lo que le pasaba. Pero en lugar de ello, simplemente se quedó quieta, apretando los puños y con el ceño fruncido.
- Maldito idiota - dijo con rabia -. ¿Por qué me habla así? ¡Yo soy su jefa, maldita sea! ¡No tiene ningún derecho a hablarme así!... y más que su jefa, soy su amiga... ¿Por qué diablos no dice nada? ¿Por qué no nos cuenta lo que le pasa?
- Últimamente está bastante más raro de lo habitual - apuntó Rutger -. Supongo que, en cierto modo, es comprensible; tuvo una mala experiencia en el pasado y ahora, cuando parecía que lo había superado, ocurre todo esto... yo también estaría ofuscado.
- Pues si piensa que va a salirse con la suya, es que me conoce en absoluto.
- ¿Estás pensando lo que creo que estás pensando?
- Si. Voy a seguirle.
Rutger la miró con expresión seria durante varios segundos, hasta que finalmente dijo:
- Está bien, yo vigilaré el dirigible por ahora... ¡Pero no tardes en volver! ¿De acuerdo?


Darius acababa de entrar a la ciudad. Por suerte para Claire, había podido alcanzarlo y localizarlo antes de que se perdiera entre la muchedumbre. Se mantuvo en todo momento a una distancia prudencial; puede que Darius no quisiera hacerla partícipe de lo que estaba ocurriendo, pero ella no tenía ninguna intención de quedarse fuera, ignorando los acontecimientos que estuviesen por venir.
Darius preguntó por la tienda de Longard a varias personas. Finalmente, un señor mayor pudo indicarle donde se encontraba; en la zona más rica de la ciudad, justo frente al palacio del emperador, a unos quince minutos andado de donde él se encontraba. Se puso en marcha y, a paso ligero, empezó a adentrarse en las calles de la ciudad, flanqueadas por los altos edificios. Quería llegar a su destino sin demora.

Apenas tardó unos diez minutos en llegar a la sastrería. La fachada era un tanto anodina, sin ningún tipo de pintura o decoración aparte del letrero situado sobre la puerta, y además no tenía ningún escaparate. Darius respiró hondo y entró.
El interior de la sastrería era casi tan poco llamativo como el exterior. Sobre las paredes pintadas de blanco había algunas prendas de muestra; Darius no era ni mucho menos un experto, pero desde luego aquella ropa parecía de gran calidad. Aparte de eso, nada de lo que allí había hacía pensar que aquel lugar fuese una sastrería de lujo.
Darius observó las prendas con más detenimiento... sí, todas ellas llevaban grabado aquel símbolo. No cabía duda; era el mismo que ya había visto en anteriores ocasiones.

- Buenas tardes. ¿Puedo ayudarle? - dijo una voz, interrumpiendo sus pensamientos.
- Si - contestó Darius mientras se volvía, clavando sus ojos en el hombre que, desde el mostrador, le había hablado -. ¿Es usted Longard?
- El mismo que viste y calza - le dijo el hombre, un tanto delgado, bajito y con un bigote rizado bastante ridículo -. ¿En qué puedo ayudarle?
- De momento, sólo estoy curioseando. He oído que este era el taller textil más afamado de toda Riversia y quería comprobarlo con mis propios ojos.
- No le han informado mal. Está usted en la sastrería de Longard, probablemente la más prestigiosa y exclusiva del país.
- ¿Y cuán exclusivo es realmente su negocio?
- Más de lo que imagina; para que se haga una idea, sólo tengo ocho o diez clientes habituales. Y aparte de ellos, no viene mucha más gente que pueda permitirse comprar una de mis prendas.
- Entiendo. ¿Y qué clase de clientes vienen aquí?
- Ya le digo, sólo las personas muy ricas pueden permitirse comprar mis productos; tenga en cuenta que sólo empleo las más finas telas y las mejores técnicas artesanales... y eso hay que pagarlo, por supuesto - dijo el hombrecillo con una sonrisa autocomplaciente.
- Me lo imagino - dijo Darius condescendientemente -... ¿y qué personas en concreto suelen venir aquí? ¿El emperador, por ejemplo?
- No puedo hablar de mis clientes, lo siento. Política profesional.
- Entiendo - dijo Darius, volviéndose de nuevo hacia las prendas y echándoles un largo vistazo, tras el cual reanudó la conversación con Longard -. Por cierto, estoy buscando a un hombre llamado Sadler. Es geólogo y trabaja para el emperador. No lo conocerá por un casual, ¿verdad?
- Lo siento, pero ya le he dicho que no puedo hablarle sobre mis clientes.
- Yo no he mencionado que fuera su cliente, señor.
Darius miró de forma fulminante a Longard, que empezó a sentirse visiblemente nervioso. Se acercó a él de forma intimidatoria y le dijo:
- ¿Sabe qué? Hay algo que no me cuadra sobre Sadler; cuando lo ví, llevaba una de sus prendas. Sin embargo, él no es más que un geólogo, y por mucho que trabaje para el emperador, dudo mucho que sus emolumentos puedan compararse siquiera a los de las personas «muy ricas».
- ¿Qué pretende insinuar? - preguntó Longard, cada vez más inquieto.
- No insinúo nada, señor Longard. Sin embargo, su actitud le delata; hay algo que me está ocultando.
- ¿A... a qué se refiere?
Darius comenzó a avanzar cada vez más hacia Longard, que retrocedió acongojado hasta encontrarse acorralado contra la pared. Desde esa posición de dominio, Darius continuó su interrogatorio:
- No lo sé; pero creo que es evidente que usted no teje ropa exclusiva para personas ricas... no, yo diría que no es tan sencillo.
- ¿E-está diciendo que mi negocio es una tapadera? - preguntó Longard con la cara desencajada.
- No he dicho eso, señor - dijo Darius con una mueca sarcástica mientras se acercaba aún más a Longard -, pero es usted una mina. Cada vez que saca a pasear la lengua me da más información, así que dígame... ¿para qué sirve de tapadera su negocio?
- ¡P... para nada!
- No juegue conmigo, ¿quiere?. Puedo llegar a enfadarme mucho cuando alguien trata de tomarme por tonto. ¿Desde cuándo tiene una sastrería de lujo este aspecto tan vulgar? Ni siquiera tiene un escaparate para mostrar sus «exclusivas y lujosas prendas». Y el hecho de que un simple geólogo pueda permitirse comprar aquí no hace sino aumentar mis sospechas. Quizá a la gente normal se le escapen estos detalles, Longard, pero no a mí. He estado investigando y, tras ver este sitio, tengo la certeza de que hay algo no cuadra. Así que dígame... ¿qué está escondiendo?
- ¡N.. no puedo decirle nada! ¡Si lo hago, me matarán!
- Vaya, qué cosas. ¿Y qué piensa que voy a hacer yo si no habla?
- No, por favor...
- Si me dice lo que sabe, aún podrá largarse de aquí antes de que nadie sepa lo que me ha contado. Pero si decide no colaborar...
- ¡Está bien! ¡Está bien! Fabrico prendas por orden expresa del emperador. Sólo para quienes vienen autorizados por él. No sé nada más, se lo juro. Yo sólo les hago las vestimentas cuando me las encargan, eso es todo.
- ¿Y si es así, por qué demonios tiene abierto su negocio al público? ¿Por qué no trabaja para ellos de forma clandestina?
- Todo el mundo piensa que mis prendas solo están al alcance de unos pocos, así que, básicamente, nadie las compra. Además, todo el mundo que conoce mi firma la asocia directamente a mi negocio cuando la ve en alguna de mis prendas.
- Ya veo. De ese modo, pueden utilizar el símbolo de la ropa para identificarse entre sí, mientras que cualquier otra persona que no lo sepa, pensaría que es una prenda de lujo. Así no despiertan las sospechas de nadie, puesto que es un símbolo conocido por la gente... ingenioso. Muy ingenioso. ¿Puede decirme algo más?
- No se nada más, créame.
- Está bien. Ahora déme su lista de clientes.
- No tengo tal cosa. Me tienen prohibido llevar registro alguno sobre las personas para quienes confecciono ropa.
- ¡Pues coja papel y pluma y empiece a escribir sus nombres!
Longard dio un respingo. Sacó precipitadamente un papel de debajo del mostrado y se dispuso a mojar la pluma para empezar a escribir.
- Quiero que escriba todos los nombres que recuerde desde que empezó a trabajar aquí.
- Eso son unos veintitrés años... - Darius le clavó la mirada -. P-pero, como ya le he dicho, no viene mucha gente, así que no hay problema.
Tras unos minutos, Longard acabó la lista. Había escrito unos cincuenta o sesenta nombres. Darius cogió el papel y se dirigió a la salida. Cuando ya se disponía a salir, le dijo a Longard:
- Si yo fuese usted, huiría de aquí antes de que nadie se entere de lo que ha ocurrido.
Y dicho esto, salió de la sastrería.

Comenzó a caminar hacia las afueras de la ciudad, de vuelta al dirigible, mientras leía la lista. Sólo veía un montón de nombres que no le decían nada. Localizó el de Sadler casi al final, pero por lo demás no reconoció ningún nombre. Trató de concentrarse, leyendo cada nombre detenidamente con la esperanza de que alguno de ellos le diese alguna pista. Pero era inútil. Ninguno de esos nombres le era ni remotamente familiar, lo cual le decepcinó bastante. Sin embargo, aquella lista era un material muy valioso; en ella se incluían gran cantidad de nombres, lo cual significaba que tendría gran cantidad de vías para investigar a las personas para las que Longard confeccionaba las prendas y, tal vez, encontrar a aquel hombre que vio hacía nueve años y descubrir qué fue lo que ocurrió con su hermano. En ese momento, reparó también en las palabras que le había dicho Longard: «fabrico prendas por orden expresa del emperador. Sólo para quienes vienen autorizados por él». De ser cierto, era un hecho sorprendente; al parecer se estaba inmiscuyendo en algo muy grande, algo que le superaba. Pero ya no podía, ni pensaba, echarse atrás.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por unas voces que escuchó a su espalda. Se giró y vio a Longard junto a dos guardias.
- ¡Ése es! -gritó el sastre señalando a Darius -. ¡Ése es el que me ha amenazado!
Los guardias se dirigieron hacia él, diciéndole con gestos que no se moviera de donde estaba. Darius hizo caso omiso y comenzó a correr.

Era muy difícil que consiguiese despistar a los guardias en una ciudad desconocida para él, así que corrió con la idea de encontrar algún lugar en el que esconderse. Para su sorpresa, tras doblar una esquina, uno de los guardias apareció delante suya. Dió media vuelta para evitarlo, pero el guardia consiguió agarrarle por la chaqueta. Con un rápido movimiento, Darius se zafó del agarre de su perseguidor y lo noqueó con una patada en la cara, tras lo cual siguió corriendo.

Tras unos minutos corriendo y evitando al guardia que aún lo perseguía, consiguió llegar a la zona sur de Khallum, cerca de la puerta por la que había entrado a la ciudad. Sólo tenía que salir de allí antes de que los guardias fronterizos recibieran la orden de busca y captura contra él... pero la suerte no estaba de su parte: dos automóviles se detuvieron delante suya, y de cada uno bajaron varios guardias armados con rifles. Viéndose superado por la situación, Darius levantó las manos y se arrodilló, dispuesto a entregarse.


Claire estaba estupefacta. Durante la persecución había perdido de vista a Darius, siendo por ello incapaz de ayudarlo a escapar. Poco después, lo había encontrado... en la zona sur, siendo arrestado en la zona del puerto. Pudo ver como los guardias le ataban las manos y le hacían entrar en el automóvil, llevándoselo del lugar. No había nada que pudiera hacer en una situación como esa.

Pasaron unos largos segundos hasta que Claire pudo reaccionar. Lo que había visto la había dejado helada; más que eso, había dejado en ella un sentimiento de impotencia, de saber que, aún intentándolo, no habría podido hacer nada por Darius. Finalmente, cuando pudo pensar con relativa frialdad, tomó una determinación. Se dirigió a las afueras de la ciudad en busca de Rutger: tenían que hacer algo para ayudar a Darius.

18 mar 2010

Capítulo 4

Ya era casi la hora. El emperador Dollet debía estar a punto de llegar.
Sadler se encontraba solo, esperando sentado frente a la gran mesa de la sala de juntas donde el emperador, junto a sus lugartenientes y consejeros, dialogaba con el Comité Parlamentario para tomar decisiones en todos los temas concernientes a Riversia; el destino de todo el país se decidía entre esas cuatro paredes... al menos en teoría.
Revisó una vez más los datos y notas que llevaba consigo; aunque hacía ya varios días que había llegado a Khallum, no había conseguido una audiencia con Dollet, pues éste había viajado a Mandilor, el mayor astillero militar y comercial de Riversia. Seguramente ya se estaba preparando para llevar a cabo un ataque sorpresa, pero los datos recopilados por Sadler eran demoledores: ninguno de los lugares geográficamente idóneos para llevar a cabo dicha ofensiva resultaba adecuado dada la escasez de materias primas, y enviar una flota directamente desde Mandilor no era una opción, pues ya se había intentado años atrás, antes de la firma de la tregua, con desastrosos resultados.
Además de todo eso, había algo a lo que Sadler no había parado de darle vueltas: el joven que escuchó su conversación con su confidente y que logró escapar de él ¿Quién era?¿Acaso uno de los espias de la red de inteligencia de Valtania? No... un espía nunca confesaba saber nada; aquel joven no sólo lo confesó, sino que lo hizo de forma despectiva. Y estaba claro que no sabía quién era él, ya que su ataque mágico lo cogió totalmente por sorpresa. Por todo ello, Sadler estaba bastante seguro de que aquel hombre no era un espía, pero aún así... ¿Qué había escuchado exactamente? ¿Suponía un peligro que alguien conociera esa información? Empezó a cavilar y a hacer memoria por enésima vez sobre la conversación que aquella noche mantuvo con su informadora y, aunque no recordaba las palabras exactas, sabía que había mencionado la posible intención de Riversia de atacar a Valtania por sorpresa; si esa información llegaba a oídos de los líderes del país vecino, con toda probabilidad romperían la tregua y Riversia perdería la ventaja del factor sorpresa. Sadler comenzó a ponerse nervioso. Le sudaban las manos, y su Engarce comenzó a humedecerse y a pegarse a su piel, produciéndole una sensación muy incómoda. Trató de tranquilizarse, convenciéndose a sí mismo de que la amplia red de inteligencia que Riversia tenía desplegada en el archipiélago Terbassi encontraría a ese joven antes de que pudiera hablar.
Sadler tuvo que desatender sus pensamientos, pues en ese momento entró por la puerta el emperador junto a sus consejeros. Justo detrás de ellos entraron los miembros del Comité Parlamentario. Todos ocuparon sus asientos, dispuestos a dar comienzo a la reunión:
- Bienvenido, Sadler - dijo el emperador Dollet -. Me alegra verte de nuevo por aquí.
- El placer es mío, señor - contestó Sadler -. ¿Cómo ha ido su visita a Mandilor?
- Nada mal. Disponemos de suficientes barcos y soldados listos para la batalla. Un simple aviso, y en cuestión de un par de horas estarán viajando hacia las islas Terbassi.
- Señor, en cuanto a eso... Tengo aquí los resultados de mis investigaciones.
- Estupendo. Dime, ¿cuál es tu conclusión?
Sadler no contestó; se limitó a mirar al emperador con la mayor seriedad en su mirada. Tras varios segundos, Dollet dijo:
- ... Es inviable establecernos allí, ¿verdad?
- Así es, señor - explicó Sadler -. Verá, ninguna de esas islas tiene los recursos suficientes para que nuestra armada pueda abastecerse.
- ¿Y no pueden abastecerse en Mandilor? - interrumpió Caldarc, uno de los consejeros del rey, con una voz tan desagradable como su cara.
- Esos barcos tienen que transportar en su interior a decenas de hombres y toneladas de armas y municiones - le contestó el general Nox, uno de los lugartenientes de Dollet -; no tienen demasiado espacio para víveres, y éstos se agotarían antes de que llegasen a las tierras de Valtania.
- Eso no es lo peor - dijo Sadler -; las reservas minerales del archipiélago son también extremadamente pobres. Y dado que no sabemos cuánto puede acabar durando el conflicto, no es seguro arriesgarnos a que nuestros soldados se queden sin abastecimiento de armas y munición en esa zona.
- En resumen - intervino Dollet -: no podemos enviarlos directamente desde Mandilor, ni tampoco establecer una base de operaciones en las islas Terbassi.
- ¿Y si sencillamente invadiésemos ese archipiélago y nos apropiáramos de todo lo que tienen? - replicó Caldarc.
- Típico de tí, Caldarc - le recriminó Nox -. Tu solución siempre es hacer las cosas por medio de la fuerza bruta. ¿Acaso no has estado escuchando lo que hemos estado diciendo aquí? ¿O es que tu mente se nubla con la edad?
- ¡No te consiento que me hables así! ¿Quién te crees que eres?
- Soy un general de la armada de Riversia. Conozco infinitamente mejor que tú los pormenores de cualquier aspecto relacionado con la guerra, y si lo que pretendemos es atacar Valtania cuando no se lo esperen, lo último que debemos hacer es tomar una zona neutral por la fuerza. Sería como anunciar a bombo y platillo que ellos son los siguientes.
- ¿A quién le importa eso? ¿Desde cuándo nos hemos vuelto unos cobardes incapaces de atacar frente a frente a nuestros enemigos?
- Es evidente que nunca has estado en el campo de batalla, y también es evidente que, para tí, nuestros soldados no son más que simples peones. De lo contrario, tu opinión sería muy distinta.
Nox vio como Caldarc clavaba sus ojos en él, encendido por la ira. Sentía una sádica satisfacción por el hecho de hacer enojar a ese viejo megalómano venido a menos. Unos instates después continuó hablando en tono serio:
- Para mí lo principal es cuidar de mis soldados. Sus vidas son mi responsabilidad, y nunca aceptaré llevar a cabo un plan que cause más bajas de las estrictamente necesarias.
- Tienes toda la razón, Nox - dijo Dollet, visiblemente defraudado por las revelaciones de Sadler -. No debemos arriesgar la vida de nuestros soldados de forma inútil. Nuestro mejor plan hasta el momento ha resultado ser inviable...
- ¿Que propone, señor? - preguntó Caldarc.
- Pensaremos en planes alternativos y, mañana al atardecer, volveremos a vernos aquí y discutiremos cuál será nuestro plan de acción. Hasta entonces, pueden retirarse.
Todas las personas allí reunidas comenzaron a levantarse de sus asientos y a salir de la sala. Antes de salir, Dollet se acercó a Sadler y le dijo:
- Comunica mis órdenes a los otros.
- Por supuesto, señor - respondió Sadler.

Dollet se retiró a sus aposentos. Se sentó en un sillón frente al gran ventanal que iluminaba toda la estancia y se quedó allí, contemplando el paisaje. Aún sintiendo una gran decepción por el resultado de la reunión, trató de sobreponerse y de empezar a pensar un plan alternativo. Pero cuando apenas llevaba allí unos cinco minutos, alguien pegó en la puerta.
- ¿Quién es? - preguntó.
- Soy yo, señor - respondió el hombre que estaba tras la puerta.
- ¿Spinoza? ¡Vaya, me alegra que estés aquí! ¡Pasa!
La puerta se abrió y por ella entró Spinoza, la mano derecha de Dollet. Era un hombre bastante mayor, pero sin embargo, era muy elegante y llevaba su cano cabello bien peinado. Spinoza había estado de viaje para visitar a su familia durante unos días, motivo por el cual no había podido estar presente en la reunión. Se acercó lentamente a donde se encontraba el emperador.
- ¿Qué tal tu viaje? - preguntó Dollet.
- Ha estado bien - contestó Spinoza -. Mi hija está estupendamente, y mis nietos cada vez están más grandes.
- Vaya, me alegro - dijo Dollet, esbozando una leve sonrisa.
- ¿Le ocurre algo, señor?
- Si... nuestro plan se ha ido al traste.
El emperador contó a Spinoza los pormenores de la reunión mientras este escuchaba atentamente. Cuando concluyó con la explicación, el anciano dijo:
- Ese Caldarc siempre está igual... Debería dedicarse a gestionar la tesorería del palacio y del parlamento, que es lo que realmente se le da bien. No debería abrir la boca en las reuniones de carácter militar.
- Sí, la verdad es que su extremismo resulta muy molesto, pero conviene tenerlo trabajando para nosotros. No es fácil encontrar un tesorero como él.
- Supongo que tiene razón. En cuanto al plan que deberíamos seguir, opino igual que el general Nox. Deberíamos aprovechar el factor sorpresa a toda costa; todo lo que podamos hacer para inclinar la balanza a nuestro favor será decisivo, señor. Recuerde - dijo Spinoza mientras se acercaba al emperador -: hay mucho en juego.

11 mar 2010

Capítulo 3

Irenicus trataba por todos los medios de mantener los ojos abiertos, pero por mucho empeño que pusiera, ya le era imposible. Llevaba casi tres horas en la biblioteca, sentado ante aquel libro, leyendo sin parar, y los párpados le pesaban como si fueran de piedra; así que decidió salir a la calle a tomarse un descanso.
Al llegar a la entrada, se topó con Aldus, el amable bibliotecario que días antes le había guiado por las amplias estancias de aquel lugar hasta la sección de libros sobre magia, que era lo que a Irenicus le interesaba investigar. Aldus se percató de la presencia de Irenicus y le dijo:
- Vaya, ¿ya lo dejas por hoy, chico?
- Sí, por hoy ya está bien - contestó Irenicus con un tono que evidenciaba su fatiga -. Había oído que Balthus era un autor muy interesante, pero la verdad... sus textos son de lo más infumable.
- Desde luego, Balthus es un autor muy difícil. Es cierto que presenta ideas innovadoras y coherentes, pero aún así sus libros no son para cualquiera. Es mucho mejor como mago e investigador que como divulgador. No transmite sus conocimientos con claridad.
- En eso estoy totalmente de acuerdo con usted. Apenas he podido sacar nada en claro después de leerme casi toda su obra.
- Te comprendo perfectamente. El «Tratado sobre magia y tecnología» de Balthus es un libro muy complejo, incluso para magos curtidos; no es de extrañar que un chico tan joven como tú lo encuentre abrumador.
- Abrumador no es la palabra que yo usaría, pero sí, tiene razón... en fin, me voy. Hasta mañana - dijo Irenicus mientras se dirigía a la salida.

Nada más atravesar la puerta, el brusco cambio de intensidad de la luz le cegó momentáneamente. Los rayos del sol iluminaban majestuosamente las calles y casas de piedra de Dae Lent, una ciudad llena de vida que además era uno de los puntos clave en el transporte y el comercio de Valtania, gracias a la gran cantidad de mercaderes que allí se habían establecido. Desde casi cualquier punto de la ciudad podía verse el enorme y concurrido puerto, auténtico corazón de Dae Lent, ya que toda la ciudad había sido construida sobre una colina que caía en suave pendiente en dirección a la costa. Había un constante ir y venir de personas y mercancías durante las horas de luz que solía llegar a su punto álgido alrededor del mediodía, hora durante la cual era incluso difícil moverse por el puerto debido al intenso barullo. El resto de la ciudad alternaba edificios bajos de piedra con amplias zonas ajardinadas escrupulosamente cuidadas que contribuían a crear un ambiente verdaderamente agradable. En momentos como ése, Irenicus se alegraba de haber salido de su tierra natal y de poder viajar y ver el mundo. Pero no era ese el motivo por el que estaba allí.

Caminó hasta un jardín cercano, donde había algunos niños jugando, y se sentó en un banco. Abrió su bolsa y comprobó cuánto dinero le quedaba; bastante poco, tal y como sospechaba. En poco más de un mes había dilapidado sus ahorros: el viaje en barco hasta Vendelia, su estancia de dos semanas en aquella ciudad, el viaje en tren hasta Dae Lent, los trece días que llevaba allí... de seguir así, no tardaría mucho en quedarse totalmente sin dinero. Para colmo, su investigación sobre Magia Tecnológica tampoco iba precisamente bien, pues no había conseguido aprender casi nada de utilidad sobre la materia a pesar de haber pasado gran parte de sus estancias en Vendelia y Dae Lent encerrado en bibliotecas, leyendo ensayos y tratados sobre una disciplina totalmente nueva para él y de la que sólo conocía lo básico. Compungido y decepcionado consigo mismo, se levantó y dirigió sus pasos hacia la estación: cogería el próximo tren a Vendelia y, una vez allí, embarcaría de vuelta a casa.

No obstante, antes se dirigió a la biblioteca. Quería despedirse de Aldus, el bibliotecario que tan bien le había tratado durante el tiempo que había pasado allí.
Al llegar a la calle de la biblioteca, vio a Aldus cerrando la puerta, pues a esa hora dejaba el edificio para volver a casa y tomar su almuerzo. Irenicus se dirigió hacia él.
- Hola otra vez, señor Aldus - le dijo.
- Vaya, ¿otra vez por aquí? No descansas, ¿eh? - dijo Aldus sonriendo -. Deberías tomártelo con más calma, el conocimiento no puede «devorarse»; hay que tomarlo en pequeñas dosis, disfrutarlo... y por favor, no me llames «señor». Soy viejo, pero no tanto.
- Lo siento, Aldus. En fin, no estoy aquí porque quiera volver al trabajo. Sólo he venido a despedirme.
- ¿A despedirte? - exclamó Aldus - No lo entiendo, ¿te vas? ¿Por qué?
- Verás, vine aquí con un objetivo concreto y... no he conseguido alcanzarlo. Además, apenas me queda dinero. No puedo permitirme el quedarme aquí.
- ¿Es que tu objetivo no era estudiar los fundamentos de la Magia Tecnológica?
- Pues sí... y no. Quería aprender sobre esa disciplina, pero no por simple curiosidad, sino para aprender a usar esto.
En ese momento, Irenicus se quitó el guante de la mano derecha para mostrar a Aldus su recientemente adquirido Engarce, el brazalete usado por los magos de la escuela tecnológica para canalizar sus poderes y facilitar el uso de la magia. Mientras Aldus examinaba el brazal detenidamente, Irenicus continuó:
- Lo compré nada más llegar a Vendelia. Quería aprender a usarlo. Estudié magia en mi tierra natal, pero allí no se usan estos aparatos. Mi escuela es muy tradicional en ese aspecto... y yo siempre quise familiarizarme con la rama tecnológica de la magia.
- De modo que eso era lo que pretendías... - comentó Aldus con sorpresa -. Debiste decírmelo desde un principio. Podría haberte evitado la pérdida de tiempo.
- E-espere... ¿pérdida de tiempo? - preguntó Irenicus, que se había quedado pálido de repente.
- Verás, los escritos que has estado leyendo hasta ahora contienen gran cantidad de datos sobre ingeniería y mecánica que no sirven para nada al propósito que tú persigues. En realidad, si has estudiado magia tradicional, ya tienes toda la base teórica necesaria para aprender a usar tu Engarce.
- ¿A... acaso quiere decir que he leído todos esos tostones para nada? - preguntó Irenicus, que no quería creerse lo que estaba oyendo.
- Bueno, así dicho suena bastante mal, pero en esencia... sí, así es.
Irenicus no daba crédito a lo que oía. En apenas cinco semanas había agotado casi todos sus ahorros y, para colmo, ahora sabía que su esfuerzo no había servido para nada. Se dejó caer contra la pared llevándose las manos a la cabeza. Hizo un esfuerzo por no llorar ante la idea de que había desperdiciado su tiempo y su dinero de forma inútil.

Aldus posó su mano sobre el hombro de Irenicus y, sin perder el tono optimista y afable que le caracterizaba, le dijo:
- Si de verdad quieres aprender a usar tu Engarce, deberías inscribirte en la Academia de Magia de Dae Lent.
- Eso es algo que también consideré, pero es demasiado caro. No habría podido permitírmelo.
- Si vas a clases de forma continua, no... pero la escuela también cuenta con un equipo de tutores.
- ¿Tutores? - preguntó Irenicus sacando la cabeza de entre sus manos.
- Así es. Profesores particulares, por así decirlo. Si no te sobra el dinero, es buena idea contratar a un tutor.
- ¿Y qué hacen exactamente los tutores?
- Los tutores tienen asignadas pequeñas aulas en las cuales dar clase a los alumnos de uno en uno; eso hace que las lecciones sean más personalizadas. Cada tutoría dura una hora aproximadamente, y suelen tener unas cinco o seis diarias durante seis días a la semana. Los alumnos suelen ir a unas tres tutorías a la semana, lo que es sustancialmente más barato que las clases normales... y para alguien como tú, con un bagaje más o menos amplio en Magia Tradicional, resulta más adecuado este sistema, ya que podrías saltarte toda la parte teórica - concluyó Aldus mientras sonreía.
- Suena muy bien, pero aún así... no puedo permitírmelo. Apenas me queda dinero.
- ¿Y por qué no buscas un trabajo?
- ¿Y de qué podría trabajar yo? Me he pasado la vida estudiando, no sé hacer prácticamente nada...
- ¡Vamos, anímate! Hay docenas de comerciantes con negocios en la zona portuaria. Seguro que más de uno necesita algún ayudante.
- Aunque me dieran un trabajo... no tengo a dónde ir - dijo Irenicus con pesimismo -. Las posadas no son precisamente baratas, y dudo que con un sueldo de ayudante pudiera pagar el alojamiento y las clases... no, es imposible.
- No te preocupes por el alojamiento - le dijo Aldus para reconfortarlo -. ¿Sabes qué? Puedes quedarte en mi casa si quieres.
- ¿En serio? - dijo Irenicus muerto de vergüenza -. No, oiga... es muy generoso por su parte, y se lo agradezco, pero no puedo aceptar su oferta.
- Vamos, no seas tan vergonzoso chico. No será ninguna molestia, y seguro que mi mujer estará de acuerdo.
- ¿Qué? - acertó a decir Irenicus, totalmente ruborizado -. No, de verdad, no es necesario...
- ¡No te preocupes! - dijo entre risas Aldus -. Nuestro hijo lleva años viviendo en Vendelia, tenemos una habitación libre. Además, nos vendrá bien la compañía.
- Pe... pero...
- ¡Nada de peros! ¿Qué me dices?
- Pues... bueno... está bien. Muchas gracias Aldus. De verdad.
- No hay de qué, chico. Venga, ¿vamos a almorzar?



Ya había pasado una semana desde que Darius había encargado a Friedich la investigación sobre Sadler y el símbolo. Mientras Claire y Rutger disfrutaban de aquellas improvisadas vacaciones, aprovechando para descansar y visitar la ostentosa ciudad de Shelzah, Darius había pasado la mayor parte del tiempo entrenando. No le gustaban los descansos de más de dos o tres días; odiaba sentirse inactivo. Cuando no entrenaba le daba vueltas a lo ocurrido la semana anterior, intentado atar los cabos sueltos sin éxito. No obstante, en ningún momento habló del tema con Claire ni con Rutger; durante esa semana sólo los veía por la noche, cuando todos volvían al dirigible, y conversaba con ellos sobre temas más bien triviales. Los primeros días tanto Rutger como Claire trataron de hablar con Darius sobre lo ocurrido aquella noche, pero ante la nula cooperación de éste a la hora de tratar el tema, al poco tiempo dejaron de intentarlo.

El día en que tenía que ir a visitar a Friedich, Darius se despertó temprano, mientras sus compañeros aún dormían. Se vistió, abandonó el dirigible y se dirigió a la biblioteca. Cuando llegó, vio que Friedich ya lo esperaba allí dentro y, al verlo llegar, se levantó y le saludó:
- Hola Darius. Veo que, como de costumbre, estás aquí a primera hora.
- Digamos que no me gusta perder el tiempo. Dime, ¿has conseguido averiguar lo que te pedí?
- ¡Por supuesto! ¿Te he defraudado alguna vez? - dijo ajustándose las lentes -. Mira, tengo el informe justo aquí.
- Estupendo. ¿Qué has averiguado?
- Bien: ese hombre llamado Sadler en el que estás interesado es un geólogo. Uno de los más reputados del continente, de hecho. Trabaja para el gobierno de Riversia desde hace bastante tiempo. Sin embargo, no he podido averiguar nada sobre él antes de eso.
- ¿Un geólogo, dices? - preguntó Darius enarcando una ceja.
- Así es.
- Ya, y yo soy un capellán. Friedich, ese tipo casi me incineró con un mero gesto de su mano.
- ¿Ah, sí?... Vaya, que interesante.
- A lo que voy es a que nadie que no se haya pasado su vida instruyéndose en artes mágicas es capaz de manejar la magia con esa ligereza, ni siquiera con Engarces. Eso lo sabes tan bien como yo.
- Sí, lo sé. Y por lo que me dices sí, es bastante inusual, pero aún así es posible.
- Ya... pero no deja de parecerme extraño. En fin, ¿qué puedes decirme sobre el símbolo?
- Mi respuesta probablemente te sorprenda - dijo Friedich sentándose de nuevo -, pero ese símbolo es ni más ni menos que la firma de un sastre.
- Estás bromeando... - espetó Darius sin creérselo.
- Para nada. Escudriñé libros comerciales de todo el continente y dí con un símbolo que era exacto al que tú me dibujaste; es la firma de un sastre llamado Sig Longard. Mejor dicho, el tal Longard fundó su negocio hace más de ochenta años en Khallum, la capital de Riversia. Ahora es su nieto el que lleva la sastrería.
- Fantástico - dijo Darius sin ocultar su decepción -. Como suponía, una pista inútil.
- No creas - sonrió Friedich -. Las confecciones de Longard son conocidas por su exquisitez y, sobre todo, por su exclusividad. Se dice que sólo los más ricos pueden permitirse adquirir las prendas de Longard.
- Eso quiere decir... que debe tener una lista de clientes bastante reducida.
- Exacto.
Darius recobró el ánimo. Si lo que decía Friedich era cierto, era posible que lograse encontrar al hombre que vio, hacía nueve años, frente a su casa en llamas: su nombre estaría en la exclusiva lista de Longard.
- Se te está iluminando la cara - apuntó Friedich -. Deduzco entonces que la información que te he dado te es útil.
- Desde luego, pero sigue habiendo algo que no me cuadra: ¿cómo pudo Sadler, siendo un geólogo, permitirse comprar ropa a Longard?
- Bueno, es un geólogo respetado, trabaja para el emperador de Riversia...
- Vamos, Friedich, sé realista. ¿Cuándo has visto tú a un científico rico?
Friedich rió a carcajadas y respondió:
- Sí, en eso tienes razón. Supongo que sí, que debe haber algo más detrás de todo esto.
- Estoy de acuerdo. En fin, debo irme - dijo Darius mientras se hurgaba el bolsillo para sacar una bolsa llena de monedas y billetes -. ¿Cuánto te debo?
- La tarifa normal. No me ha supuesto demasiados quebraderos de cabeza.
- De acuerdo - dijo Darius contando el dinero y dejándoselo sobre la mesa -. Como te decía, he de irme. Nos vemos.
- ¡Adiós! - se despidió Friedich mientras Darius abandonaba el edificio.

Darius comenzó a caminar en dirección al puerto aéreo. La información que acababa de recibir era confusa, pero sí que tenía algo claro: había algo que no encajaba, algo que aún no sabía... pero ya no había marcha atrás: tenía la determinación de averiguar qué se escondía detrás de aquello.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un agradable olor que emanaba de una panadería. Se paró un instante a apreciar el aroma. Era delicioso. Observó que había varias tiendas de comestibles a lo largo de la calle y, tras pensarlo un momento, decidió entrar a la panadería.

La luz del sol, que caía a plomo sobre la ventanilla de su habitáculo, despertó a Claire. No tenía ni idea de la hora que podía ser, así que decidió levantarse. Tras desperezarse y ponerse la ropa, se dirigió hacia el puente de mando. Pero antes de que llegara, vió a Darius aparecer por la escalinata. Llevaba una bolsa con pan, otra con verduras y una más con lo que parecía ser carne.
- ¡Buenos días! - dijo Claire.
- Hola.
- ¿Has hablado ya con Friedich?¿Averiguó lo que necesitabas?
- Sí - contesto Darius a la vez que dejaba las bolsas en la mesa de cubierta -. Por cierto, he traído comida para un par de días.
- Vaya, ¿y eso?
- Porque tenemos que partir hacia Khallum - sentenció Darius.

4 mar 2010

Capítulo 2

La noche era clara. La luna llena coronaba el cielo plagado de estrellas, y la vista era aún más impresionante desde el dirigible. Pero ninguno de los tres prestaba atención a eso.

Se encontraban en el puente de mando. Darius y Claire estaban sentados y, aunque Rutger se encontraba al timón, escuchaba con toda su atención a Darius, que les relataba lo ocurrido esa noche. Una vez terminó, se hizo el silencio, solo interrumpido por el ruido de los motores de vapor. Tras varios segundos de reflexión, Claire habló finalmente:
- Está bien... seguiste a ese hombre hasta la casa de una mujer y espiaste la conversación que ambos mantuvieron, en la cual mencionaban que Riversia tiene planes para una nueva invasión a Valtania. Aquel hombre te descubrió y luchaste contra él, pero era demasiado poderoso y no pudiste vencerle. Cuando llegaban los guardias, aprovechaste para huir, y ahora nos arrastras a nosotros contigo...
- Sí – contestó Darius -, básicamente eso es lo que ha pasado. Y si os arrastro conmigo, como tú dices, es porque no somos precisamente desconocidos en las islas Terbassi. Podrían ir a por vosotros para llegar hasta mí.
- ¿Y por qué no informas al senescal Dongalor? - preguntó Rutger -. Tal vez él pueda hacer algo.
- Estas islas son una zona neutral – repuso Darius -. Y teniendo en cuenta que, por lo que sabemos, el archipiélago no corre peligro de ser invadido, dudo mucho que tome cartas en el asunto.
- ¿Y qué crees que debemos hacer?
- Nada.
- ¿Nada? ¿Esa es tu respuesta?
- Así es. Según Sadler, todos los puntos estratégicos desde los que dirigir una ofensiva armada tienen unas reservas paupérrimas de materias primas, lo que hace inviable esa posibilidad.
- Pero...
- Rutger – intervino Claire -, Darius tiene razón. Si Riversia quiere lanzar un nuevo ataque, tendrá que buscar otro modo de hacerlo. No podemos hacer más.
- Vaya, gracias – dijo Darius con sarcasmo.
- Aún no he acabado contigo, Darius – le contestó Claire volviéndose hacia él -. Dime, ¿por qué demonios tuviste que perseguir a ese tipo y meternos en este lío?
- Ya te lo he dicho. Fue por el símbolo que tenía bordado en la túnica.
- ¿Y qué demonios tenía de especial?
- Que ya lo había visto antes. En cierta ocasión.
- ¿Ah sí? ¿Cuándo, si puede saberse?
Hubo una tensa pausa de varios segundos, durante la cual Darius y Claire se lanzaron una mirada fulminante. Rutger ya se acercaba para intentar poner algo de paz entre los dos, pero entonces Darius se puso en pie y contestó:
- El día en que mi hermano desapareció sin dejar rastro.

Tras esas palabras, se hizo el silencio. Claire miraba a Darius con una expresión entre sorpresa y pena, consciente de que había metido la pata. No obstante, no parecía que Darius se sintiese molesto con ella. Simplemente desvió la mirada hacia el cielo nocturno.
Rutger varió ligeramente el rumbo del dirigible y fijó el timón en la posición en la que se encontraba. Tras eso, se dirigió hacia Darius y le dijo:
- Nunca nos habías hablado de eso.
- Nunca me habéis preguntado - contestó Darius.
- No es que seas precisamente el tipo más abierto del mundo. No recuerdo ni una sola ocasión en que nos hayas hablado de tí.
- Sencillamente no me pareció importante.
- Llevamos ya casi cuatro años trabajando juntos, Darius - dijo Claire, que finalmente se había decidido a hablar -. Después de tanto tiempo apenas sé nada sobre tí. Siempre actúas como si no fueras humano y te escudas detrás de una máscara. No muestras lo que sientes.
- Y por eso soy bueno en lo que hago -respondió Darius -. Esa es la razón de que no me hayas dejado sin trabajo después de la metedura de pata de esta noche.
- Te equivocas... eso no tiene nada que ver. La razón por la que sigues aquí es que no eres un simple subordinado para mí. Lo creas o no, me preocupo por tí. Y quisiera poder comprender por qué tú, que nunca pierdes la serenidad, has actuado de forma tan irreflexiva. Así que cuéntame: ¿Qué tiene de especial ese símbolo? ¿Qué ocurrió aquel día?

Era evidente que Darius se sentía incómodo. Posiblemente era la primera vez que Claire y Rutger veían algo más que frialdad en los ojos de Darius. Aunque de forma muy sutil, podía apreciarse que los recuerdos que en ese momento evocaba le producían una profunda sensación de tristeza. Tras unos segundos, comenzó su relato:

- Fue hace unos nueve años, más o menos. Vivía con mi hermano mayor, Camus, en una cabaña al pie de la colina, cerca de Ildenberg. Nuestros padres habían muerto, así que sólo nos teníamos el uno al otro. Solíamos pasar los días entrenando. Nos encantaba. Pero lo que para mí era una forma de pasar el tiempo, para mi hermano era casi una obsesión. Día tras día entrenaba durante muchas horas, como si le fuera la vida en ello. Yo era, y de hecho sigo siendo, incapaz de comprenderlo.
Aquel día Camus había ido a un bosque cercano; era común que cazara para entrenarse. Pero aquel día volvió antes de lo que yo esperaba, así que me acerqué a él y le pregunté por qué había vuelto tan pronto. Sólo me dijo que había visto a dos hombres que parecían extranjeros caminando en dirección a nuestra cabaña, y que su instinto le decía que no tenían buenas intenciones. Me dijo que me fuese de allí y me escondiera, pero yo insistí en quedarme con él; si lo que decía era cierto, no quería dejarle solo. Quería luchar junto a él. Pero Camus siguió insistiendo, y yo negándome a obedecerle, hasta que de pronto me golpeó en la cabeza y perdí el conocimiento. Esa... esa fue la última vez que ví a mi hermano.
Lo siguiente que recuerdo es que desperté tumbado entre unos arbustos. Me dolía la cabeza y estaba terriblemente mareado, era incapaz de moverme. No obstante, pude ver nuestra cabaña, que estaba a escasos metros de mí, ardiendo violentamente. Y delante de ella, un hombre. Jamás olvidaré su cara, ni su túnica... ni el símbolo que llevaba en ella.

Otra vez se hizo el silencio. Lo cierto es que nadie sabía que decir. Pero al menos, en ese momento, Claire y Rutger pudieron alcanzar a comprender por qué Darius había perdido su frialdad de forma tan repentina.

- Después de aquello - continuó Darius -, desperté en casa de un leñador que había visto el fuego y alertado a la gente de Ildenberg para que le ayudasen a apagarlo. Cuando el incendio había sido sofocado, examinó los alrededores y me encontró entre los arbustos. Me llevó a su casa y me acogió allí; nunca podré agradecérselo lo suficiente. Pasé un tiempo ayudándole en su trabajo para ganarme el sustento y, después de un par de años, decidí empezar a trabajar como cazarrecompensas. El resto ya lo sabéis: me gané cierta reputación en Ildenberg y alrededores y vosotros me contratásteis.

Si bien Darius no se sentía cómodo contando todo aquello, parecía que, en cierto modo, se sentía aliviado por compartir aquello con las que eran casi las únicas personas en las que se podía decir que confiaba. Concluido el relato, Claire preguntó:
- ¿No intentaste averiguar lo que pasó?
- Bueno - contestó Darius -, no tenía ninguna pista aparte de aquel hombre que ví frente a la cabaña, así que pasado un tiempo decidí tratar de olvidarlo; de todos modos no pensaba que tuviera posibilidades de averiguar qué fue lo que ocurrió. Hice todo lo posible por dejarlo atrás, por seguir con mi vida.
- ¿Y qué tienes pensado hacer ahora?
- ¿A qué te refieres? No pienso hacer nada.
- ¿Perdona? - dijo Claire, incrédula.
- Ya me has oído - respondió Darius en tono indiferente -. No voy a hacer nada al respecto.
- ¿Pero... por qué? Ahora las cosas son distintas; ¡has vuelto a ver el símbolo, y no sólo eso, sabes quién es el hombre que lo portaba y para quién trabaja!
- ¿Y qué? Piénsalo fríamente. El hecho de que llevasen el mismo símbolo en su ropa no implica que se conozcan, ni que trabajen para la misma persona, ni nada. Ese emblema puede significar cualquier cosa. No voy a remover el pasado por una posibilidad remota.
- ¿Tú te escuchas cuándo hablas? Después de nueve años, obtienes información que podría ayudarte a descubrir lo que pasó aquel día, ¿y te niegas siquiera a intentarlo?
- Veo que lo captas - senteció Darius.
- Esta sí que es buena - dijo Claire sarcásticamente -. El hombre de hielo pierde los nervios al ver un emblema y, por si esto fuera poco, ahora quiere hacerme creer que no quiere saber nada al respecto.
- ¿Estás insinuando algo?
- No insinúo nada; afirmo que en el fondo quieres averiguar lo que ocurrió aquel día, por mucho que digas lo contrario. Y con esa actitud tuya, lo único que consigues es autoengañarte.
- Vaya, he de reconocer que me has impresionado.
- ¿Ah, sí?
- Desde luego... acabas de decir la mayor sarta de estupideces que he oído en mucho tiempo.
- ¡Vete al infierno! - dijo Claire con rabia -. ¿Sabes qué? Haz lo que quieras. Si quieres seguir mintiéndote a tí mismo, adelante. Pero no esperes que vuelva a apoyarte la próxima vez que ocurra algo como lo de esta noche.
- Puedes estar tranquila, no volverá a pasar.
Claire empezaba a desesperarse, pues era prácticamente imposible razonar con Darius cuando se obcecaba en mantener su postura a toda costa. Intentando en lo posible tranquilizarse, se dirigió a Darius y le dijo:
- Vamos, Darius... deja de actuar como si no te importara. No pierdes nada por intentarlo.
- Esto es increíble - resopló Darius -. A ver, ¿por qué tienes tanto interés en que investigue mi pasado?
- Porque eres mi amigo y me preocupo por tí.
Las palabras de Claire fueron seguidas por un largo silencio durante el cual nadie dijo nada. Darius parecía reflexivo, ensimismado. Claire y Rutger aguardaban expectantes su respuesta.
- ¿Estás segura? - dijo finalmente.
- ¡Por supuesto! - contestó Claire, que no podía ocultar su alegría -. Con el último trabajo hemos ganado lo suficiente como para sobrevivir un tiempo, así que no te preocupes; podemos ayudarte con esto.
- Desde luego, cuenta con nosotros - dijo Rutger sonriendo -. En fin... ¿a dónde vamos?
Darius se quedó pensativo unos segundos y finalmente dijo:
- A Shelzah. Iré a ver a Friedich a primera hora de la mañana. Antes de decidir cuál será nuestro siguiente movimiento, hay algunas cosas que debo averiguar.


Apenas tardaron unas tres horas en llegar a Shelzah, ciudad de artesanos y centro neurálgico de la isla del mismo nombre, muy cercana a donde se encontraban. Tras aterrizar en el puerto aéreo, Claire y Rutger se fueron a dormir a sus habitáculos, mientras que Darius esperó despierto a que amaneciera; no dejaba de darle vueltas a lo ocurrido la noche anterior.
Cuando Rutger se despertó, se dirigió al puente de mando. Allí encontro a Darius, mirando a través de los cristales de la cabina.
- ¿No has dormido nada? - le preguntó.
- No tenía sueño - respondió Darius mientras se encaminaba hacia la salida -. Me voy a ver a Friedich. Díselo a Claire cuando se despierte.
- Pero... - quiso decir Rutger, pero Darius no se detuvo y ya bajaba por la escalinata -. Está bien, se lo diré...

La luz del sol hacía brillar con esplendor las vidrieras ornamentales de los edificios de Shelza, resguardadas por ostentosos marcos y recargadas fachadas. Las calzadas estaban perfectamente niveladas, sin un solo adoquín que sobresaliera. Las farolas, los carteles, las calesas que pasaban de vez en cuando... todo en aquella ciudad parecía imbuído por un halo de fina artesanía. Cualquiera podía pasear durante días por la ciudad sin cansarse de admirarla. Pero Darius no se interesaba por esas cosas, y menos en ese momento. Quería llegar cuanto antes a la biblioteca y hablar con Friedich, el erudito. Lo conocía desde hacía poco más de un año y, desde entonces, siempre que había necesitado información concreta para algún trabajo había acudido a él. Nunca le había defraudado: a pesar de ser relativamente joven, era un auténtico maestro a la hora de investigar entre los miles de libros que poblaban las enormes estanterías de la biblioteca y, si era necesario, rebuscaba hasta en el último rincón de donde hiciera falta, ya fueran censos, registros civiles, otras bibliotecas... Era un hombre muy tenaz y meticuloso cuando se trataba de buscar información.

Darius llegó al edificio, tan ostentoso como los demás, y entró. Avanzó hasta un pasillo diáfano que dejaba ver el piso inferior, lleno de mesas y sillas y con las paredes cubiertas por estanterías repletas de libros. En una de esas mesas estaba Friedich, así que Darius descendió por las escaleras.
Friedich vió a Darius acercándose, y mientras se ajustaba los anteojos, le dio la bienvenida:
- Vaya, dichosos los ojos. Hacía tiempo que no te dejabas caer por aquí.
- Eso es porque no tenía ningún encargo para tí. Sabes que no me gusta hacerte perder el tiempo.
- No digas tonterías, ya deberías ser consciente de que aquí eres bien recibido cuando quieras. Bien, supongo que me traes algún trabajo, ¿no?
- Supones bien. Necesito información sobre algunas cosas.
- ¿De qué se trata?
- Por un lado, quiero que averigües todo lo que puedas sobre un hombre llamado Sadler.
- ... Me lo pones difícil. ¿No tienes más datos sobre él?
- Apenas. Sólo sé que, por lo que le oí decir, trabaja para el emperador de Riversia.
- ¿Por lo que le oíste decir? - preguntó Friedich enarcando una ceja.
- Es una larga historia... pero sí, estoy bastante seguro de que lo que te digo es cierto.
- Perfecto entonces, eso me facilitará mucho las cosas. ¿Algo más?
- Sí, espera - dijo Darius mientras cogía un trozo de papel y una pluma de la mesa donde Friedich tenía sus materiales. Visualizó el símbolo de la túnica en su mente y lo dibujó con la mayor fidelidad posible. Una vez acabó, le extendió el papel a Friedich -. Quiero que averigües qué es este símbolo.
- No hay problema. ¿Eso es todo?
- Por el momento sí.
- De acuerdo. El pago, como de costumbre, dependerá del tiempo y los recursos que necesite para investigar lo que me pides.
- Lo sé, lo sé. ¿Cuánto crees que tardarás?
- Aún tengo un par de pequeños encargos de los que ocuparme, pero empezaré con esto justo después. ¿Por qué no vuelves en una semana, más o menos? Calculo que para entonces habré acabado con lo tuyo.
- Está bien - dijo Darius mientras se alejaba en dirección a la salida -. Nos veremos dentro de una semana.

25 feb 2010

Capítulo 1

Hacía poco que había caído la noche. Darius se encontraba sentado en la barra de la posada de Cormack, en la que como de costumbre no había más de unos diez o doce clientes.
Aunque el día había sido duro, en ese momento podía relajarse y disfrutar de un momento de paz, ya que había conseguido terminar un trabajo importante cuya recompensa fue sustanciosa. Mientras degustaba la primera cerveza que había tenido la oportunidad de tomar en más de dos semanas, Cormack, que ya le conocía desde hacía bastante tiempo, se acercó a hablar con él:

- Te veo bien, chico – le dijo el amable posadero - ¿Qué tal? ¿Habéis tenido éxito en el último encargo?
- Pues sí – contestó Darius, sin mucho ánimo -, pero ahora mismo no estoy especialmente conversador, Cormack, así que si pudieras dejarme solo...
- Tú nunca estás especialmente conversador, Darius – rió Cormack – Venga, ¿qué tal fue el trabajo?
- Bien.
- ¿Bien? ¿Eso es todo? Vamos hombre, no me hagas sonsacártelo.
- Estupendo, ya empezamos...
- Sabes que soy muy persistente cuando me parece, así que, ¿por qué no acabas con esto por la vía rápida y me lo cuentas?
- Eso depende. ¿Me dejarás en paz si lo hago?
- Palabra de honor - dijo Cormack sonriendo.
- Está bien, te lo contaré... -dijo Darius con un deje hastiado en la voz -. Verás, estábamos persiguiendo a una banda de asaltantes de caminos por encargo del gremio de comerciantes de las islas Terbassi...
- ¿El gremio de comerciantes? - interrumpió Cormack – Vaya, estáis escalando posiciones. Apuesto a que a estas alturas sois los cazarrecompensas con mejor reputación de este archipiélago.
Hubo una breve pausa tras estas palabras de Cormack, durante la cual ambos estuvieron en silencio arropados por el moderado bullicio de la posada. Finalmente Darius rompió el silencio:

- ¿Vas a seguir interrumpiéndome o me vas a dejar contarte la historia? - dijo Darius en un tono evidentemente irónico. Cormack rió, pues ya se había acostumbrado a su peculiar y casi inexistente sentido del humor.
- Perdona – dijo Cormack aún riendo -. Lo siento, continúa.
- Como te decía, el gremio de comerciantes nos hizo el encargo, ya que varios de sus miembros habían sufrido asaltos a sus caravanas. Investigamos los lugares donde habían sucedido estos ataques y nos percatamos de que todos habían sido realizados en puntos cercanos entre sí, y de que estos puntos delimitaban un área de varias millas. Así que sobrevolamos la zona hasta que conseguimos divisar cierta actividad en una cordillera cercana. Echamos un vistazo con el catalejo y vimos con claridad que eran varios hombres que cargaban mercancías hacia una pequeña cueva. Pasamos de largo y, cuando estuvimos fuera de vista, Claire y yo bajamos del dirigible y avanzamos hasta cerca de la entrada de la gruta. Allí nos escondimos y esperamos, y una vez que todos aquellos bandidos estaban reunidos dentro, lanzamos bombas de humo para hacerlos salir. El resto fue coser y cantar, los capturamos a todos en la misma entrada de la cueva. No esperaban un ataque y no pudieron oponer gran resistencia, y si a eso le sumas la confusión por el humo...
- Vaya, eso es genial... ¿Pero no crees que fuisteis poco precavidos? Quiero decir, no sabíais quienes eran realmente esos hombres, podían no haber sido los bandidos que buscábais.
- Eso que dices no es imposible, pero es poco probable. Al fin y al cabo, no es que haya precisamente mucha gente a la que pueda interesarle llevar mercancías a un lugar tan apartado. Sería difícil venderlas allí, ¿no crees? - hizo una pausa para beber un trago de cerveza -. Sólo los bandidos llevarían la carga a ese lugar, para recogerla cuando se calmen las cosas.
- Hace años que te conozco, y sin embargo nunca deja de sorprenderme lo perspicaz que eres cuando quieres – dijo Cormack esbozando una bonachona sonrisa - . En fin, ¿dónde están Claire y Rutger?
- Están comprobando el dirigible, a Claire le gusta tenerlo siempre a punto.
- Siempre tan meticulosa...

En ese momento, un hombre hizo un gesto a Cormack desde el otro extremo de la barra, pidiéndole que se acercara.

- Bueno, el deber me llama – dijo Cormack mientras se alejaba -. Voy a atender a ese caballero y en un momento estoy contigo.
- No te preocupes – musitó Darius, más para sí mismo que para Cormack -, no tengo ninguna prisa... ni más ganas de cháchara por hoy.

Darius fue a dar otro trago de su cerveza, pero la jarra estaba vacía. Se giró con la intención de llamar a Cormack para pedirle otra, pero al ver que estaba ocupado con el cliente que le había llamado momentos atrás, decidió esperar. Mientras tanto, observó a aquel hombre: un individuo alto y de buen porte, con aspecto de rondar los treinta años.

Pero no fue eso en lo que se fijó. De hecho, en absoluto habría llamado su atención de no ser por el símbolo que llevaba bordado en la solapa de la túnica y que parecía pasar desapercibido ante los ojos de todos los presentes. Pero no ante los suyos. Él ya lo había visto antes en una ocasión; una ocasión que le había marcado para siempre. Y ahora volvía a aparecer ante sus ojos. No podía creerlo.

Cormack tomó unas notas en su libro de clientes y lo pasó por el mostrador al hombre para que firmase. Tras hacerlo, éste se despidió con un gesto y salió de la posada. Cormack se giró hacia un barril y sirvió una cerveza, ya que aunque estaba atento a la conversación con el otro cliente, también se había percatado de que Darius había acabado su bebida. Pero cuando se dio la vuelta, se dio cuenta de que Darius ya no estaba en su taburete.

Aquel hombre, tras firmar en el libro de la posada, había salido a la calle y se dirigía a la zona residencial de la ciudad. Darius había salido algunos segundos después y lo siguió a una distancia prudencial, evitando en lo posible la luz que arrojaban las farolas de aceite y tratando de mantenerse oculto.
Tras un par de minutos andando, el desconocido se detuvo ante la puerta de una vivienda y dio tres golpes rítmicos. Una voz femenina dijo desde dentro:

- Es muy tarde para visitas.
- ¿También para las visitas de viejos amigos? – respondió el hombre.

La puerta se abrió y el desconocido entró en la casa. Darius se acercó con cautela y se colocó bajo la ventana a fin de poder escuchar la conversación:

- Me alegra verte por aquí, Sadler – dijo la mujer -, hacía tiempo que no nos encontrábamos.
- He estado ocupado – respondió el tal Sadler -, últimamente he tenido que realizar análisis de terreno en un buen puñado de sitios.
- Vaya, ¿y eso? ¿Es que nos estamos quedando sin materias primas o qué?
- No, no es eso. De hecho, por lo que sé, están buscando lugares estratégicos desde lo que dirigir una nueva ofensiva y necesitan que sean abundantes en materias primas, sobre todo en minerales.
- Pues si que...- masculló la mujer con preocupación - ¿Significa eso que se acabó la tranquilidad? Maldita sea, no hace ni dos años que se firmó la tregua y ya pretenden volver a las andadas...
- Yo que tú no me preocuparía demasiado – le dijo Sadler con la intención de tranquilizarla -. Ya he analizado los sitios con mayor valor estratégico de cara a un ataque y todos son bastante pobres en cuanto a materias primas minerales, bien por las características del terreno o bien porque las reservas están agotadas.
- Vaya, pues es un alivio saberlo... en fin, ¿qué te trae por aquí?
- Ya te lo he dicho, he venido a realizar análisis del terreno para determinar si existen o no reservas minerales importantes. Y la respuesta es no.
- No, me refiero a qué te trae por mi casa a estas horas.
- ¿Es que acaso no puede uno visitar a los viejos amigos? - dijo Sadler en tono burlón, tras lo cual ambos rieron -. Bueno, la verdad es que quería que estuvieras al corriente de lo que se está gestando en Riversia. Creo que tienes derecho a ello. Al fin y al cabo, eres uno de nuestros principales contactos aquí.
- Todo un detalle por tu parte.
- Bien. Si me disculpas, tengo que marcharme. Mañana parto al amanecer y me gustaría dormir bien esta noche.
- ¿Vuelves a Riversia?
- Así es. Tengo que informar al emperador y a sus generales de los resultados de mis investigaciones. Espero que volvamos a vernos pronto.
Y dicho esto, abrió la puerta y salió a la calle. Se despidió de la mujer con un gesto de su mano y comenzó a caminar en dirección a la posada.

Darius estaba escondido en el callejón que se formaba entre las fachadas de la casa de la mujer y la vivienda contigua. La salida de Sadler por la puerta le había cogido por sorpresa y apenas tuvo tiempo de esconderse. Estaba inmóvil, reflexivo. Intentaba establecer alguna relación entre Sadler, la conversación que acababa de escuchar, y la otra ocasión en la que vio el mismo símbolo que aquel llevaba grabado en su túnica. Pero le era imposible. Apenas recordaba nada y además la conversación no le revelaba nada nuevo, aunque sí le daba algunas pistas.. Esperó un minuto y salió del callejón. Se encaminó hacia el puerto aéreo, donde sus compañeros Claire y Rutger estaban realizando tareas de mantenimiento en el dirigible.
Pero, al adentrarse en una pequeña callejuela apenas iluminada, su camino se vio interrumpido por Sadler, que estaba frente a él, mirándole. Le estaba esperando.

Ambos se observaron en silencio. Sadler miraba a Darius con una expresión fría, pero sus ojos no podían esconder la furia que sentía. La cara de Darius, por su parte, no reflejaba sino indiferencia; aunque era consciente de que ese hombre sabía que le había estado siguiendo, no mostraba ni experimentaba el más leve nerviosismo.

- ¿Qué has oído? - dijo Sadler fríamente, rompiendo el silencio.
- Supongo que es inútil que te diga que no he oído nada, o que te equivocas de persona, o que no sé de qué hablas – contestó Darius con desdén -. Así que te diré la verdad: lo he oído todo.
- Entiendo. Entonces sabrás que no puedo dejarte marchar.
- Vaya, que fastidio – dijo Darius llevándose una mano a la empuñadura de su espada -. No esperaba tener que pelearme hoy...
- No sé con qué clase de gente estarás acostumbrado a pelear – dijo Sadler a la vez que levantaba la mano derecha en dirección a Darius -, pero casi te aseguraría que no son como yo.

Darius no tuvo tiempo de contestar, pues una llamarada emergió de la palma de la mano de Sadler y, de no haberse echado al suelo, habría acabado calcinado.
Darius se levantó y corrió hacia fuera del callejón. Sabía que si Sadler seguía atacándole de la misma forma, no tendría ninguna posibilidad en ese lugar tan cerrado. Desenvainó su espada, dobló la esquina y se pegó a ella en espera de su adversario. Cuando escuchó los rápidos pasos casi a la altura de la esquina, salió y asestó un rápido golpe horizontal que acabó cortando el aire, pues Sadler había anticipado su maniobra y saltó del callejón rodando por el suelo, para lanzar otra llamarada a Darius nada más recuperar el equilibrio. Éste la esquivó con una ágil voltereta a ras de suelo y se abalanzó con su espada sobre Sadler, que tuvo el tiempo justo para sacar una daga que guardaba en su cinto y con la que bloqueó el fuerte golpe descendente de Darius, el cual se apartó rápidamente para evitar otra posible llamarada. Fue entonces cuando una luz y una voz ronca interrumpieron la encarnizada lucha.

- ¿Qué ocurre ahí?

El ruido producido por la pelea no había pasado desapercibido a los guardias de la ciudad. Darius sabía por experiencia que no eran precisamente indulgentes con aquellos que provocaban o participaban en refriegas en calles o bares, así que optó por huir de aquel lugar. Aún así, Sadler echó a correr detrás de él y le perseguía de cerca.
Aprovechando su conocimiento de la ciudad, Darius dirigió su huida a las calles más enrevesadas y oscuras posibles, buscando desorientar a su perseguidor. Y efectivamente, tras un par de minutos de frenética carrera, doblando esquinas por doquier y corriendo a oscuras, parecía haberlo perdido.

Estaba jadeando. La pelea y la posterior huida le habían dejado agotado, no porque le hubieran supuesto un gran esfuerzo físico, sino porque por primera vez en mucho tiempo, había temido de verdad por su vida. Había sentido la tensión de saber que cualquier movimiento en falso podría haber sido el último. Hacía mucho que no sentía esa sensación.
Pero ante todo, estaba confuso. ¿Quién era realmente Sadler? ¿Para quién trabajaba? ¿Qué significaba ese símbolo y en qué se relacionaba con aquel incidente ocurrido nueve años atrás? ¿Era cierto que la tregua entre Riversia y Valtania estaba tocando a su fin?
Con todas estas preguntas rondándole la cabeza se encaminó, deprisa pero con cautela, al puerto aéreo. Al llegar al hangar donde estaba el dirigible de Claire, se encontró con ésta y con Rutger, el piloto y principal mecánico de la aeronave. Ambos tenían manchas de grasa en la cara, pero parecían haber acabado la revisión. Claire se giró y vio a Darius. Con una sonrisa en los labios, le dijo:
- ¡Vaya, bienvenido de nuevo! ¿Qué tal está Cormack?
No obstante, su tono cambió cuando vio la expresión de Darius.
- ¿Qué ocurre? - preguntó Claire con un tono de preocupación en su voz
- Tenemos que irnos de aquí – repuso Darius
Claire y Rutger le miraron sorprendidos. No entendían a qué venía aquello.
- ¡Vamos hombre, acabamos de llegar! – protestó Rutger.
- Opino igual que Rutger – repuso Claire - ¿Por qué tendríamos que irnos ahora?
- No hay tiempo – espetó Darius mientras se disponía a subir a la aeronave – Subid al dirigible y os lo contaré por el camino.
- ¡Cuéntalo ahora! – dijo tajantemente Claire - ¿Por qué demonios tendríamos que irnos?
Darius se detuvo. Se giró en dirección a Rutger y Claire y, delatando un estado de nerviosismo que chocó sobremanera a sus camaradas, dijo:
- Ha ocurrido algo... Ya no estoy seguro aquí. Y por lo tanto, vosotros tampoco.